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volandovengo

El olvido

El olvido se me antoja imaginarlo, si fuera una figura alegórica, como un anciano de luenga barba blanca; como el náufrago perdido en una isla perdida y perdido en el tiempo; como el sabio cargado de años y de arrugas, incivilizado y alejado de la civilización; como el loco incomprendido, apartado de un mundo que no le pertenece o que no le acepta (que para el caso es igual).
El olvido es necesario para continuar viviendo, para seguir aprendiendo, para continuar perdonando.
Se puede olvidar por desuso. Un número de teléfono de un antiguo amor, acaba por borrarse de la mente. La tabla periódica, las ecuaciones de segundo grado, la lista de las capitales de Europa... sólo adivinamos haberlas aprendido alguna vez. Como Cernuda, recordamos olvidos.
También podemos olvidar por interferencia. Datos que tenemos en la cabeza, se ocultan o desaparecen con el aprendizaje de nuevos datos. Si leemos una novela, tendemos a olvidar la anterior o, por lo menos sus detalles —no digamos del libro leído hace unos años—, cuando otra obra ocupa nuestra mente.
La tercera forma de olvido, quizá más lenta, quizá más dolorosa, es por voluntad. Nuestro deseo e instinto de conservación nos hace relegar a los rincones más profundos de la mente los episodios desagradables del pasado. Intentamos olvidar los fracasos que hemos tenido, los malos ratos que hemos pasado, los desequilibrios en nuestro devenir...
Pero, aunque el olvido sea vitalmente positivo, nos gusta recordar. Deseamos poseer una memoria de elefante para tener presentes muchos momentos que hemos vivido y comemos zanahoria o rabos de pasas para recordar ese examen excesivamente largo, o ese poema que le cantaremos a nuestra amada o esa receta que vamos cocinar o esas fórmulas que se resisten a establecerse en la mente. Nos encomendamos a santa Rita o le atamos los cojones a san Cucufato cuando algo se nos ha perdido, cuando no recordamos su paradero.
A veces, queremos recordar lo bueno y agradable para continuar saboreándolo por muchos años. Por otra parte, deseamos no olvidar lo borrascoso para no tropezar muy a menudo con la misma piedra, para tener motivos para llorar y así poder apreciar las espinas de una rosa.
Tanto como el olvido, necesitamos el recuerdo. Rememorar lo bueno, lo que se llama melancolía. No olvidar lo malo, lo que entendemos por precaución. O el dolor bien hallado —la sarna con gusto—, la saudade.
Pero ahora, últimamente, veo al olvido rejuvenecido; con traje nuevo y sonrisa perfecta. Nunca me ha sorprendido tanto lo pronto que olvidamos. En un país de la "Unión Prospera" (en contra de los "Estados Empalmados"), que raya en la derecha, aunque se vista de rojo o de rosa palo. La historia se repite. Siiempre la más negra. Vergüenza del ser humano. La humanidad ya no se cree las voces unánimes de ¡¡NUNCA MÁS!! Ya no tiene sentido el desesperado grito de ¡¡BASTA!!

2 comentarios

volandovengo -

Qué fidelidad, Hueso. Siempre observas mis apuntes. Gracias.
La idea del tatuaje del preso argentino puede pertenecer a un poema de Benedetti que se llama \"Hombre preso que mira a su hijo\" y los versos finales dicen exáctamente así:
\"llorá nomás botija
son macanas
que los hombres no lloran

aquí lloramos todos
gritamos berreamos moqueamos chillamos
maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse

llorá
pero no olvides\".

Hueso -

Perdonar, quizá. Olvidar, jamás.

Era el tatuaje de un preso argentino.