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Vero es una fiesta

Vero es una fiesta

Si quieren ver a una bailaora de raigambre, de raíz sacromontana, a una gitana arrebatada, pura fuerza y pasión, no dejen de ver a Verónica “La india”, si aún no lo han hecho. El sábado, esta joven artista (1983) de la familia de los Fernández del Sacromonte, nos dejó un inmejorable sabor a tierra y a fuego. Fue toda belleza y tensión, entrega y paladar. Gitanas como ésta serían las que embrujaran a los viajeros románticos del XIX y principios del XX.

Su primera propuesta fueron unas romeras, hermana de las alegrías, donde Vero mostró su sangre y su manera visceral de abordar el flamenco. Su poderío en el escenario sólo es superado por ella misma. Hemos visto bailaoras con el mismo brío, que se dejan la piel en cada tercio, que cogen el toro por los cuernos, pero pocas que trasmitan tanto como La India, con un sólo gesto, con un taconeo, con un giro de muñeca. Porque Verónica es una bailaora completa: piernas, brazos, cintura, expresión y un cuerpo que la acompaña. Arropada por un cuadro de excepción, sabe llevar el baile y dosificar su talento.

Un solo de guitarra en forma de rondeñas, interpretado con duende por Manuel Carmona, hijo del Nene de Santa Fe, en el que se acordó del maestro Paco, y unas mineras cantadas por Juan Ángel Tirado, uno de nuestros mejores exponentes del cante de atrás, sirvieron para que la bailaora se cambiara de vestido y, con fuerzas renovadas, nos entregara unas de esas soleás por bulerías que cortan el aliento, uno de esos bailes de bruja pasión que condenan al mejor peinado a escapar de su celda de horquillas y a los claveles a estrellarse violentos en el piso.

Como fin de fiesta un poquito por bulerías que comenzó bailando La Paquera, su madre y maestra primigenia, y remató ella, Verónica, con la misma tónica a la que nos tenía acostumbrados.

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