Apostilla impublicable al baile de Vero La India
Tenemos que agradecerle a la moda muchas de sus propuestas, a la vez que sufrir algunos otros de sus designios. Según Dalí en el “Diario de un genio” (Tusquets, 1996) la moda es lo que pasa de moda (opinión impepinable que dudo que él apreciara por primera vez). Este reinado efímero, este mandato pasajero, por lo aducido en un principio, está bien y está mal. Como es lógico, se echan de menos las propuestas bellas, cómodas y asequibles del estilo; y, por otro lado, se aplaude el destierro de la horterada, el agobio y lo antiestético, que, no siendo muy sagaces, oteando la historia de la moda, la alta o la baja costura, podemos reconocer.
El pantalón femenino fue un gran acierto y un acto de justicia. La falda masculina aún no ha cuajado. La minifalda fue un regalo cargado de libertad. La falda sobre el pantalón es aborrecible y las medias de colores un atentado contra el buen gusto. Los bolsos para hombre, las llamadas “mariconas”, son tan catetos como los cojines en el asiento del coche.
Para mí, que me considero un buen “estalker”, hubo una alternativa apoteósica en la vestimenta de invierno de las jóvenes de hace unos cuantos años. Ésta consistía en la combinación de calzas y minifalda, dejando entrever un trocito de muslo entre ambas prendas. No sólo reconozco que fue una propuesta hermosa, sino que significó el culmen del erotismo concentrado tras varias generaciones de tanteo provocador. La franja de pierna que se mostraba entre los tejidos supuso una nueva adscripción a mi selecta lista del fetiche femenino, tan sólo igualada por el botón de la sensualidad que representa el ombligo.
Fue una vuelta de tuerca del erotismo en el vestir. Fue la sustitución inversa a los infinitos desvelos lúbricos que ha producido la liga (y su extensión en el liguero) a lo largo de los siglos. Mientras la liga se muestra como cinta elástica con que se sujetan las medias (injustamente sustituidas por los feos, asexuados y funcionales pantys, según Cela), el muslo entre calza y mini aparece fresco y desnudo cuando el resto se solapa al ojo del paseante.
Las ligas fueron puestas de moda (lo que afirmó indubitablemente Sherlock Holmes en una de sus historias apócrifas) por Alicia de Salisbury. La crónica cuenta que en una gran fiesta a la que acudió la condesa en 1345 y siendo pareja de baile de Eduardo III de Inglaterra, le resbaló pantorrilla abajo una de sus ligas. El rey prontamente la recogió y, para evita susceptibilidades y comentarios aviesos de sus cortesanos, fundó allí mismo la Orden de la Jarretera, demostrando así la pureza de sus intenciones. Esa caballeresca orden tuvo por divisa una liga y por lema la frase: Honni soit qui mal y pense. La liga de Alicia fue depositada a la sazón en el British Museum, de allí fue robada por Mortimer, el acervo enemigo de Holmes, quien la recuperó, reafirmando la autenticidad de la leyenda.
Según Joan Perucho, sin embargo, ya existían las ligas mucho antes del nacimiento de Alicia de Salisbury bajo el nombre, según los países, de senogildes o genogildes, ligagambas, cinyells de cuixa, atapiernas, apretaderas, jarretières, etc.
De su acepción castellana, también nos ilustra el erudito catalán con estos versos:
Soltó Inés con mano breve
las finas apretaderas,
para descubrir la nieve
de sus piernas hechiceras
Alphonsine Plesis, la conocida comtesse de Perregaux (1824-1847), la Dame aux camelias, regalaba a sus amantes ligas con la inscripción bordada del nombre y la fecha de su relación amorosa.
Verónica “La India”, en su arrebatador baile del sábado, alzaba sus volantes, más en la soleá que en las romeras, enseñando con toda la maldad de la nínfula de Navocov, unas hipnóticas ligas negras que fijaban el punto inflexible donde el cielo se junta con la tierra viciada.
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