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volandovengo

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Como tenemos parabólica, visitamos de vez en cuando las cadenas de otros países. El otro día me estacioné en un programa televisado desde Alemania, al que llegué después de un concurso patético portugués, que alcancé tras sintonizar con un noticiario de la BBC, donde Bill Gates, siempre con un as en la manga, realizaba unas declaraciones imperialistas a la “masa media”; que vino seguido de un partido de fútbol, en el que no me detuve para averiguar el idioma en que lo emitían.
El espacio teutón al que me refiero, era un programa de videos musicales, presentado por dos tipos con los pelos de colores, tatuajes en los brazos y “piercing” en la cara, que introducían los video-clip mientras hacían comentarios hilarantes (lo que deduje porque se reían bastante entre ellos).
En ese momento, llegué a preguntarme: cómo podían tener gracia los alemanes. El sentido del humor necesita un clima atmosférico más benigno, un idioma menos gutural y gentes más llanas, no tan cuadriculadas, no tan marciales. Fíjense el humor inglés —en medio entre centroeuropeos y mediterráneos— es negro y casi sin palabras (y, a veces, casi sin gracia). Pero fue precisamente Nietszche, un alemán, quien se cuestionaba: “si los que cantan son felices, por qué cantan los rusos". Tampoco entendía que un pueblo subyugado podía ser feliz. Pero, por lo que a mí me consta, los rusos son muy cantarines (si no que se lo pregunten a mi amigo Andrei Smirnov).
Si atendemos a tópicos y generalizamos entre las naciones o los lugares, cometemos una injusticia con un principio que se podría titular: “biodiversidad individualizada”.
Si no pensamos en todas estas diferencias infinitas, creeremos que nadie trabaja más que un chino ni lo pasa peor que un negro ni es más celoso que un moro ni es mas orgulloso que un siciliano ni es más puntual que un ingles ni tiene más mala follá que un granadino.
Nada más lejos de la realidad, aunque ejemplos los hay. Y no hay nada como la fama y echarse a dormir.

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