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volandovengo

Acoso

Primero.- Una mirada insistente y descarada de un joven, en un asiento cercano, recorre el cuerpo de esa chica nerviosa en el autobús. La chica no lleva la falda excesivamente corta ni un escote pronunciado. El hombre viste de vaquero y sonríe satisfecho. Ella junta sus piernas y cruza los brazos sobre sus libros en un intento de proteger su intimidad. Disimula, mira la hora y voltea la cabeza asomada a la ventanilla sin ver nada. El muchacho, consciente de su triunfo, se relame, se alisa el pelo, abre sus piernas para contrarrestar el recogimiento de su víctima. Ella ve que se están quedando solos. Uno tras uno, todos los pasajeros, van abandonando el autobús en los sucesivos estacionamientos. Él confunde el nerviosismo de la niña con el deseo irresistible de complacerle. Ella tiembla y no hace frío. Él arde por fuera y por dentro. Finalmente, aliviada, baja del autobús con el penúltimo viajero, dos paradas antes de su destino.

Segundo.- Esa jefa de personal, no muy mayor, le ha echado el ojo al chico nuevo en la oficina. Lo llama repetidamente a su despacho con las escusas más peregrinas. El muchacho está un poco harto por la esterilidad de ese ir y venir sin sentido, por la poca aplicación de sus conocimientos en el puesto que ha sido seleccionado. Ella piensa que hizo bien en fijarse más en la anchura de sus hombros y en la estrechez de sus jeans que en su currículum. Ya irá aprendiendo con el tiempo. Además se deja mirar. Él se planta un día y no cede ante sus proposiciones cuando la señora se coloca entre su persona y la salida. La jefa, tan segura de su poder, le dice que ya no es apto, que no le puede renovar el contrato.

Tercero.- La esposa sumisa siempre se dejó hacer. Su marido, fiel a la tradición, está convencido que adquirió una mujer en propiedad: esposa, amante, madre y puta a la vez. Su libertad acaba donde empiezan los ilimitados derechos del hombre. La mujer tiene bastante con las tres “k” alemanas: Küche, Kinder, Kirche (cocina, niños, iglesia). El varón tiene derecho a beber cuando ella lo espera, a descansar cuando ella se ocupa de la cocina, de los hijos, a pegarle y abusar de ella cuando no cumple con sus deberes maritales, sólo porque no le apetece, porque está de mes. Ella termina por abandonar el hogar, con un ojo morado y las costillas rojas. Él espera sus escusas.

Cuarto.- Érase una madre que no podía alimentar a todos sus hijos y los enviaba a mamar de las ubres de las vacas gordas europeas. Pero aquí se les trata como a patitos feos por muy cisnes que sean. Y había también una pequeña isla acosada por un continente, estrangulada en su aislamiento. Había también un país que pedía su libertad, pero su papá grande, el rostro pálido, lo arrasaba por sus ocurrencias y sus guerras preventivas. Había pueblos irreconciliables, había odios profundos, había ansias de poder, había sonrisas que escondían los trapos sucios, lobos con piel de cordero...

Decidme ahora ¿qué no es acoso?

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