Inocentes
El día del cruel aniversario de la matanza indiscriminada de los nacidos en Belén y alrededores dictada por el rey Herodes hace 2.006 años tenía que haber salido este artículo, exáctamente el 28 de diciembre, pero por abandono involuntario (léase febril) de este blog, no apareció ni éste ni ninguno. Así que, retrospectivamente, retomo el Día de los Inocentes y recupero algunos pensamientos sueltos.
¿Quién no ha deseado en más de una ocasión recibir un indoloro golpe, no necesariamente físico, y perder la conciencia por un tiempo determinado? ¿Quién no ha deseado entrar en un coma profundo, en un prolongado letargo, que le inhabilite para realizar las funciones cotidianas más vitales, como por ejemplo levantarse una mañana para ir a trabajar? ¿A quién no le gustaría, en definitiva, desconectar con el mundo y llegar hasta el aburrimiento de tanto relajo?
He estado tentado en más de una ocasión, para el día de hoy, de cambiar las migas de pan que le esparzo a las palomas por pequeñas bolitas de chicle de menta, a modo de pesada broma propia del último 28 de diciembre. Pero he recapacitado (la retirada es una victoria).
¿Qué tienen que ver las inocentes aves blancas con la perversidad -políticamente correcta- de la festividad en que nos encontramos? Pues de eso se trata, dirán algunos lectores, de burlarse de quien no se da cuenta, de reírse del vecino inocente. Y tienen razón -por qué negarlo-, en el Día de los Inocentes lo normal es gastarse bromas.
Pero pienso, y conmigo los emisarios alados de la paz, que el Día de los Inocentes sería más bien para llorar, para lamentarse, para pedir perdón, para arrepentirse. Un día de dolor y no de risas, un día de luto y no de fiesta. Porque inocentes somos todos. Todos somos víctimas de los tiempos, del sistema, del poder, del dinero...
Víctima inocente es el hijo, de apenas unos meses, asesinado por sus padres entre los golpes de una pelea doméstica. Inocente es un níveo bebe foca que muere de un certero palo en la cabeza con el primoroso cuidado de no estropear su piel. Inocentes son las miles de personas arrojadas de sus casas, de su tierra, por tener un color de piel diferente, por rezar a otro dios, que seguramente es el mismo con distintos ropajes. Inocentes son los millones de niños explotados en todos los rincones del planeta. Inocentes son los que ven caer las bombas sobre sus cabezas acusados falsamente de terroristas. Inocentes son los que mueren de hambre mientras otros tiran toneladas de comida a la basura. Inocentes son todos en una guerra, porque todos pierden. Inocentes son los perseguidos y sus hostigadores que sólo cumplen órdenes. Inocentes son las víctimas de la violencia disfrazada de enemigo declarado o de cabeza rapada o de marido fiel o de terrorista ilegítimo.
Quizá, muchos de los problemas que atenazan al mundo sean por esa inocencia. O, mejor dicho, por falta de ella. Si todos fuéramos un poquito más inocentes, con menos prejuicios, más trasparentes... el mundo rodaría con más suavidad. Porque la inocencia es un bien indispensable para la paz y la tolerancia.
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volandovengo -
joven llanos -
lauzier -