Almuerzo renacentista
Os propongo un almuerzo. Yo pondré la fecha y propondré el menú. Ambientaré la mesa e impondré el estilo.
Os invito a una comida de gala (la ocasión lo merece). Será un banquete opíparo, no es para menos, pues compartiremos mesa y mantel con el mismísimo emperador Carlos V, el día de su coronación.
Estamos en Bolonia, en el año 1530 de Cristo. Es el día 8 de las calendas de marzo. En honor del divino Carlos, César Quinto de su nombre, rey de reyes, suprema autoridad de España, Germanía e Imperio Romano, se han congregado fastuosamente clérigos, príncipes, legados, prohombres de diversas provincias del Imperio, así como toda la nobleza italiana y una multitud de pueblos que han venido a venerar a nuestro Señor.
Espera también, en lugar destacado, el santísimo Padre Clemente VII, Sumo Pontífice de los romanos, quien dirigirá la ceremonia.
No todos están invitados al banquete imperial, sólo los principales. Tenemos suerte de encontrarnos entre ellos. No llegamos a mil.
Las mesas son largas, cubiertas con manteles blancos, en las que no falta ni un detalle. Hay hasta tenedores, ese invento italiano de dos púas que sirve para pinchar la carne de la bandeja central y llevarla a tu plato antes de comerla "elegantemente con los dedos".
Los que no han podido entrar al enorme comedor, la plebe vocinglera que asiste a la coronación, se agolpa en la plaza pública asando grasientos bueyes, a los que se le han pintado las pezuñas y los cuernos dorados. Estos bueyes están rellenos, llevan por dentro pequeños animales, tanto de clase volátil como cuadrúpeda. También comen buñuelos, tortas, bizcochos, frutas confitadas y sin confitar, castañas, nueces, avellanas, almendras... que el populacho reparte desde las puertas de sus casas para esta ocasión.
A la hora señalada, se sienta con pompa el emperador y después, según el orden prescrito, los príncipes y los demás invitados. Los meseros y sus ayudantes, sirven el pan en castillos de plata y, en doradas marmitas, manjares exquisitos a manera de introducción: salchichas de origen celta, ajoblanco con gallina, fritos diversos...
A continuación, en grandísimas bandejas, nos traen guisados densos y copiosos, asados, caldos variados, pastas de hojaldre rellenas de picadillos... y platos preparados con la más grande variedad de salsas que se conocen en toda Europa. Por último, se sirven los postres: confituras con azúcar quemada, garbanzos tostados, uvas, pasas...
Durante el convite nos han servido vinos generosos de las clases más variadas. Los coperos han permanecido vigilantes, atentos a las copas de todos los comensales. Pero antes de servir cualquier caldo, los catadores de vino lo prueban, para asegurar su calidad y evitar su ponzoña.
Al final, se vacían los recipientes con las sobras inmensas de este banquete, que son echadas por las ventanas a la multitud reunida en la plaza, que, con gran tumulto y agradecimiento las recogen para su solaz.
Así realmente sería el banquete de coronación del emperador Carlos V, relatado por Enrique Cornelio Agripa, natural de Colonia, que acudió como invitado y erudito cronista a la ceremonia, a la cual, por leyes fantasiosas, yo os he invitado.
* Radiado el 7 de marzo de 2000 en "La plaza humana" (Radio INFE)
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