El futuro
El futuro es una montaña que sólo permite ascender, subir y subir hasta el fin de los días. Y el vértigo se produce al mirar hacia arriba, nunca volviendo el rostro.
Desde pequeño el futuro ha tenido fecha. Siempre he creído que el futuro comenzaba el año dos mil. Películas, libros, documentos... todo apuntaba a que este año vestiríamos ropas de neopreno y el mobiliario sería ergonómico, que volaríamos por las estrellas y nos teletrasportaríamos molecularmente.
Pero ahora vemos que no es así. Que del año pasado a éste no ha cambiado nada, que la década anterior fue semejante a la que vivimos. ¿Hasta cuándo hay que esperar? ¿Es que nunca vamos a comenzar el futuro prometido?
Sin embargo mi cosciente dice que el futuro ya está aquí. El futuro es un recorrido, no una meta. Es el viaje de Ulises y no el paño de Penélope. Cada día lo alcanzamos y cuando llegamos a él ya es pasado.
Los logros actuales eran impensables hace unos años. Toda la autopista de la información es motivo suficiente para afirmar que rozamos la meta, que este es el principio del fin. ¿Y los ordenadores? Los biológicos, me refiero que son del tamaño de un grano de azúcar y superan cien mil veces a los que utilizamos actualmente...
También hay otros inventos: los peines que te analizan el cabello y el cuero capilar; los baños inteligentes, que controlan nuestra salud a través de las heces y la orina y te recomiendan una dieta según el caso; los fármacos previsores, que residen en nuestro organismo y se activan cuando los necesitamos; la pantalla plana del televisor; otras energías alternativas provenientes del sol, del viento o del agua de mar; el hidrógeno como combustible (el hidrógeno ya se aplicó con éxito en una de las últimas naves tripuladas enviadas al espacio y los astronautas bebían esta misma agua que producía el combustible)...
No es ciencia ficción, como se podría llegar a pensar, son realidades en fases de experimentación o de expansión, con las que conviviremos muy pronto (los japoneses antes).
Igualmente podría hablar de la píldora adelgazante, del frigorífico inteligente, del robot multiusos, de las casas que se construyen y se reconstruyen a voluntad como quien hace un puzzle en sólo seis horas, de las gafas universales que se gradúan solas, y de un etcétera así de grande, que podría, cuanto menos, causar un respingo de asombro al más crédulo de nuestros conocidos.
Son pasos de gigante para la humanidad. El siglo avanza vertiginosamente. El mundo ha avanzado en unos pocos años más que en gran parte de su existencia.
¡Y está bien! Está bien todo lo que sirva para mejorar nuestra calidad de vida, para prolongar, si no la vida, sí la salud del ser humano. Estaría bien, sin embargo, si sirviera paralelamente para salvar al mundo para los que nos precedan, para evitar guerras y hambres inútiles, para lograr una igualdad real entre los hombres, para derrumbar las fronteras, para acabar con el fanatismo...
Por mucho que avancemos en tecnología y en ciencia, me temo, que para un futuro humanista, como en el que pienso, aún queda mucho.
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