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volandovengo

21

Una de las bondades del autobús es esa libertad de los sentidos que, sin descuidar el paso de las paradas, me permite concentrarme en otras cosas que no sea el camino en general o la conducción en particular. Yo suelo leer, como ayer dije. Pero también, cuando no tengo lectura, no me apetece restregar mis ojos por las palabras, mi trayecto es tan corto que no me merece la pena comenzar un capítulo, voy de pie o me es incómodo sacar el libro, me dedico a observar, a pensar. (Baden Powell decía, a principios del siglo veinte, que se puede conocer a las personas por los zapatos que lleva.)

Algunos de esos momentos oníricos, como es natural, acaban en el papel, ya sea como apunte, como pensamiento, como cuento o como referencia.

Hará un par de años, yendo (o viniendo, según donde vivas) (es como la OTAN o la NATO) de Armilla a Granada, llegué a vislumbrar un curioso número veintiuno en una camiseta, que acabó en el papel. Os dejo con el apunte:

«21. La chica morena del autobús llevaba en su camiseta el número veintiuno. Su camiseta era de esas sin mangas ni tirantes que se sujetan dificultosamente sobre el pecho, incluso si se carece de él. Tal era el caso de la chica morena del autobús que me miró al entrar. Su pelo oscuro le caía sobre los hombros, todo lo ordenado que puede caer un pelo suelto, perfectamente despeinado. Al subir en el vehiculo público, la chica me miró un momento, quizá segundos o menos. Es la mirada de inercia ante lo que pensamos puede ser una novedad, y que cargamos de indiferencia cuando deducimos que su interés resulta nulo. Fijó sus ojos en mí durante un instante fugaz y los retiró antes de decir amén. Sin embargo, yo sí me fijé en ella, en su pelo moreno desordenado sobre los hombros desnudos, en su camiseta negra sin mangas ni tirantes con el número veintiuno impreso en su pecho. La chica no era especialmente guapa, aunque sí joven, sin pecho apenas. No me llamó la atención su inocente juventud, ni sus hombros descubiertos, ni su pelo descuidado, sino el número veintiuno que ocupaba gran parte del frontal de su cuerpo. Pensé que por qué ese número y no otro, creo que llegué a pensar por qué ese número y no otro, pues siempre me han llamado la atención esas arbitrariedades. Aunque es posible que no fuera puesto al azar, sino que fuera premeditado, elegido expresamente. Lo digo, porque el veintiuno era el número favorito de una chica con la que salí a los veinte años. Desconozco por qué razón había escogido este número o esta cifra (cuando un número es compuesto se podrá llamar cifra, no sé) entre la infinidad de combinaciones numéricas que existen. Quizá sea el número 21 como tal o puede que sea la combinación del dos y el uno, y en ese orden, o la suma de ambos, aunque si es así podría ser simplemente un tres. A ver, el 21 es múltiplo de siete, es decir, tres veces siete, y el siete es un número mágico: los días de la semana, los signos zodiacales... Nunca lo he sabido y nunca se lo pregunté. Así que cuando cumplí veintiuno, me sentí algo privilegiado, especialmente admirado, querido. Pero cuando yo cumplí veintiuno, ella estaba con otro de diecinueve.»

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