Corrientes subterráneas
El sábado estuvimos en el cortijo de Juan Pérez, celebrando la mayoría de edad de Isabel Maynés, su familia, sus amigos y nuestros hijos. Un día agradable que se prolongo hasta el anochecer. Comimos, bebimos, reímos y disfrutamos (huelga decirlo).
Pero, quienes mejor saborean esos acontecimientos, para mí que son los niños. El niño se olvida de la realidad y entra en el paréntesis de una fantasía, en el sueño irreal de ser lo que se imagina. Mi hijo, con una espada o un pedazo de palo, vigilaba un castillo que se alzaba a sus espaldas donde todos no vemos nada más que aire (los demás niños también, de una forma u otra, palpaban las torres y las almenas).
La vuelta a casa fue dura. La realidad siempre duele. Con el niño en brazos, puro churrete medio dormido, lo aseé en el lavabo, pues un baño no aguantaría. Comió poco y se quedó dormido.
Y, como a mí me pasa, cuando está muy cansado no descansa bien. Así que a media noche, lo rescaté de sus incubos y lo acosté en mi cama, con su madre. Yo me tendí en la suya, que es donde mejor se duerme de la casa.
Nos lo dijo un brujo, un hombre de campo, un zahorí, que hace unos seis o siete años nos cobró diez mil pesetas, a instancias de mi dueña, por pasearse por toda la casa con unas varillas, comentando algo sobre los “muros geodésicos” y las “corrientes subterráneas”, que la casa, en plena vega, padecía.
Su conclusión fue tajante: la casa estaba mal orientada, debíamos mudarnos. Si acabamos de llegar, nos quejamos. Sólo era un consejo.
Mi mujer se quedó preocupada. Yo era una pizca más feliz antes de saber todo eso.
También nos dijo las zonas de la casa donde la energía era más positiva. Y una de ellas es donde duerme ahora mismo Juan Fernández.
* FOTO: Juan Fernández en el cortijo de Juan Pérez el año pasado (© Manuel Mateo)
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walter leon ortiz -
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