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Ogíjares recupera el pulso

Ogíjares recupera el pulso

XXVIII Festival Flamenco de Los Ogíjares

Tras un par de años de relleno y cumplimiento, el Festival Flamenco de Los Ogíjares vuelve a mostrar su buen estado de salud y cumple una vez más con sus expectativas de convertirse, no solamente en un festival de prestigio, sino en la cita ineludible de los grandes aficionados al flamenco de toda Andalucía. Después de un desvío inexcusable por ninguneos políticos, este evento vuelve a estar organizado por la Peña Yerbabuena, por gente que entiende que los pasitos andados no se pueden desandar (¡ojalá al Festival de Otoño de Granada le pase lo mismo). Cada uno de los cinco cantaores, con sendos guitarristas, podría ser sin lugar a dudas cabeza de cartel en una noche que, a pesar de su extensión (hasta las cuatro y media de la madrugada), no defraudó. El sonido, con algún silencio inoportuno, fue más que correcto. Incluso el escenario, decorado para la ocasión, contribuyó a la redondez de la velada.

Tres mil personas, o tal vez más, ordenadamente sentadas, respetuosamente atentas, recibieron con placer la gloriosa entrega de sus actuantes. Antonio Gómez “El Colorao”, como podía haber sido cualquier otro, fue el encargado de romper el hielo con sus propuestas ortodoxas, yo diría que académicas. Antonio se templó con unas marianas, un cante cercano a los tientos-tangos, que rescató del olvido hace algunos años. Una soleá de Alcalá sirve para tendernos el abanico de su largura, que demostró también en sus seguiriyas, en las que destaco las de Curro Dulce. Entre estas dos propuestas jondas, El Colorao, sin abandonar su estilo ceremonioso, que acentúa Jorge Gómez con la sonanta a su lado, se acordó de Cádiz. Termina este cantaor granadino con unos cuantos fandangos naturales.

En escena lo releva una impresionante Aurora Vargas, arropada por Diego Amador a la guitarra y Rafael Junquera y “El Eléctrico” a las palmas. Ella sola rellena un escenario quizá demasiado grande. Las alegrías son su primera propuesta. Vemos a una cantaora en plenas facultades. El público responde y ella se engrandece. Es pura, es raza, es gitana. Su soleá llena de pellizco preludia su reinado por fiesta. Los tientos-tangos se prestan a un bailecito. Ya le estorba la silla, ya le sobra el áncora del micrófono, ya recorre las tablas para llegar a todo el mundo, para trasmitir su calor, su fuerza que le está sobrando. Está a gusto y lo demuestra en las bulerías, que interpreta también fuera de micrófono y acompañándose de su baile temperamental Levanta a los espectadores. Y en los postres se acuerda de Luis de la Pica. Y, después de estas bulerías, más bulerías. Y después, más bulerías, musicando “Derroche” de Ana Belén. Si el Festival hubiera acabado en ese momento, un servidor habría quedado ya satisfecho. Pero había más. El rizo se sigue rizando. La tuerca continúa dando vueltas.

El cante rotundo de José Menese llena el espacio. Para las granaínas, las cantiñas y las bamberas, se hace acompañar de la joven guitarra de su paisano José Talavera “El Francés”. El cantaor de La Puebla de Cazalla termina con soleá y con seguiriyas, con del preciso Antonio Carrión a la guitarra, que también arropará a Miguel de Tena. Menese es un maestro de maestros. Sus letras no son convencionales. Esconden el compromiso de quien grita y no sólo de quien se queja. Sin embargo, el sevillano, no es tan poderoso, no hila tan fino como en la visita anterior en el José Tamayo.

El baile de Andrés Peña y su grupo ponen fin a la primera parte de una noche memorable. Por mucho que su nombre se baraje entre las jóvenes realidades de la danza flamenca, por mucho triunfo que lo avalen, la soleá de este jerezano resultó floja y descafeinada. Cabe salvar de entre su grupo el cante arraigado de Miguel Rosendo y poco más.

Tácita figura del Festival es José Domínguez “El Cabrero”, que fue generoso en su entrega. A su lado, Rafael Rodríguez, hacía hablar a las seis cuerdas. Comienza con una soleá, de la que pasa directamente a “La lluvia”, un soneto de Borges que mete por bulerías con apuntes de milonga. A esto le siguen unas seguiriyas. Pero el público será suyo incondicionalmente cuando canta sus reivindicativos fandangos, con letras propias, que nos retrotraen a los años setenta. El Cabrero canta de pie, alza su flamenco, escupe sus verdades. Antes de otro poquito por fandangos, esta vez de Alosno, el cantaor sevillano interpreta otro poema, “Luz de luna”, una bella nana por bulerías. Termina con unos martinetes muy rítmicos, también de su estilo, acompasados con el golpeteo de la guitarra.

El Festival termina como muy bien podía haber empezado, con el cantaor Miguel de Tena, que se alzó con la Lámpara Minera en 2006. El extremeño presenta sus credenciales en forma de malagueñas y abandolaos. Su voz laína no convence a todos los presentes, aunque su entrega es exclusiva. Su mejor entrega quizá fueran las tarantas y los tangos extremeños. Sin embargo, de puro cumplimiento fueron las bulerías, cercanas al cuplé, con el tema “María de la O”, y las anquilosadas milongas dedicadas a las madres. Acabó con unos festivaleros fandangos.

*Impresionante Aurora Vargas (© Paco Peña)

 

 

3 comentarios

sampi -

mas qisiera tener mucho la voz qe tiene miguel despues de yebar el verano qe yeva ojalas salieran muchos como el como persona cantaor joven esa noche estubo espestacula el pubrico lo dijo todo

volandovengo -

Tienes razón, desde este momento corrijo la errata.

Morisco -

Hola, solo queria correguir una cosa, jose Menese no hizo malagueña, hizo granaina, cantilla y bambera acompañado por la guitarra de Jose Talavera (el frances) de Puebla de Cazalla y tuvo el gusto de sederle la solea y la siguirilla a Antonio Carrion