Tengo una llamada perdida
El móvil puede ser una esclavitud. El teléfono crea dependencia. A veces emotiva. O sea, el aparatito que llevamos en el bolsillo nos ayuda a afrontar nuestros días más grises. (¿Te alegras de verme o llevas el móvil en el bolsillo?, diría una Mae West cointemporánea.)
Una llamada inesperada nos puede dar la vida; nos alegra el día (a veces, al contrario).
Puede que seamos nosotros, sin embargo, los que llamemos, para preguntar por alguien, para alegrar momentos o símplemente para comunicarnos. El móvil es nuestro contacto con los demás. Con móvil nunca se está solo.
Deberíamos controlar por cuánto nos salen unas decenas de llamadas mensuales a los amigos, a los familiares, a conocidos simplemente, para ver cómo están, para ver lo qué se cuentan, e incluirlo en nuestro presupuesto, en nuestros gastos fijos.
Llamamos, nos llaman, sorprendemos, nos sorprenden. Oímos politonos. Hablamos con contestadores. contactamos en mal momento...
Antes, sin móviles, también vivíamos y salíamos y quedábamos y nos localizamos.
Casi lo peor del móvil es la llamada perdida. ¿Conocido? ¿Volverá a llamar? ¿Se han confundido?
Pero lo rematadamente insufribre es quien te da un toque, sin apalabrar previamente, para que tú le llames. Es ridículo, impresentable, miserable.
Hace poco, por casualidad, presenté el Festival de Flamenco de Monachil y, sin apagar el móvil, salía al escenario casi deseando que alguien me llamara, para coger allí mismo, en escena, el celular, y decirle a cualquiera lo que estaba haciendo. No me llamó nadie (ni siquiera fingí una llamada, como llegué a elocubrar).
8 comentarios
volandovengo -
joma -
volandovengo -
pavitonto -
¡tanto molestar!
volandovengo -
n0n0 -
volandovengo -
El Pinar -