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Catálogo de mosquitos

Catálogo de mosquitos

Un nutrido grupo de mosquitos pululan por mi casa. Supongo que es la época (la época puede que sea cuando abundan). Los tengo clasificados. Están los gordos, llenos de patas, los pequeños y los más pequeños, que son los de la fruta.

A los grandes se les caza con un manotazo en la pared, después de unos momentos de acecho. Los pequeños, que son los trompeteros, se me antojan los más fastidiosos, me despiertan con su vuelo rasante y son difíciles de atrapar. Los de la fruta, los más pequeños, son inofensivos. Raramente se aventuran más allá de la cocina, aunque enrarecen el ambiente y muestran dudosa su conquista.

A mí no me suelen picar los mosquitos. Sobre todo si hay alguien que le piquen. Por eso, los trompeteros son los que me fastidian. Aunque tampoco aguanto a los gordos que le pican a mi niño y a mi contraria y, cuando los aplasto inmisericorde, están llenos de su sangre los muy puñeteros. Y Juan se queda con un agujerito y una roncha que no para de rascar hasta que le echo crema (para él, cremita).

A lo mejor me pican y no me entero. Pienso, sin embargo, que mi sangre no es dulce, que mi piel es dura o que mi olor los disuade. Puede que me falte sex appeal, pues, como sabemos, los que pican son las hembras. Los machos, como en muchas otras especies (¿la nuestra?), se limitan a incordiar.

Alguna vez me han picado las avispas, y quién sabe si no las abejas. Quizá algún arácnido (todas las arañas pican). Pero nunca ha sido grave ni prolongado. Un poco de barro, de tierra y vinagre, ha sido el mejor antídoto.

Una vez en Cabo de Gata, íbamos doce al menos, una plaga de puntos negros nos atacaba sin previo aviso y sin atender a la bandera blanca que ondeamos a su primera incursión. Era una guerra de guerrillas pero a cielo abierto. Su número y sobre todo su diminuto tamaño era una ventaja indudable. Nos acribillaban (menos a mí, confieso con cierta vergüenza). Todos estaban marcados, untados con insecticidas líquidos o en polvo, cubiertos hasta las orejas, a pesar del calor. Raúl, aquejado de una alergia común, parecía un ecce homo.

En esa ruta por el Parque Natural cogimos erizos y comprobamos, siguiendo los consejos de Lampedusa, la sensualidad extrema de este equinodermo al partirlo en dos mitades. Si le añades limón, más o menos continuaba el Duque de Palma di Montechiaro, se retuercen como rozando el sumo placer. No llegamos a probarlos.

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