Los pies de Manuela Carrasco
Flamenco viene del Sur
Eva Yerbabuena confiesa que quien le convenció realmente para ser bailaora de flamenco fueron los pies de Manuela Carrasco. Unos pies limpios y precisos. No descansan, pero tan sólo son una parte de la señora del baile, de la “Diosa del baile”, como se la conoce. Su elegancia, sus maneras, su movimiento medido, su pureza, todo en ella es un conjunto de matices que hacen de esta trianera una las bailaoras más en forma de su generación. Algunos bailaores consagrados aportan sólo su nombre y hacen poco. Manuela baila de principio a fin.
Manuela presenta en Granada su espectáculo “Suspiro flamenco”, donde no hay concesiones ni argumento. Un plantel tradicional para el lucimiento del baile. Como decorado, un gran caballete que refleja retratos de la artista que, como en un espejo, le devuelve su imagen. Es un recurso simple, tan narcisista como superfluo.
Unos tangos sirven de presentación de todos los artistas. La música de Joaquín Amador, sin florituras, es una buena propuesta, aunque a veces adolezca de exceso de orquestación. Por tientos aparece Manuela Carrasco, dominadora, segura de sí misma. Algunos desequilibrios en cambio, que le acompañarán el resto de la velada, denuncian su veteranía. Viéndola bailar, nos sobra lo demás. Al segundo bailaor, Rafael de Carmen, le sobra fuerza bruta en la soleá por bulerías que aborda en solitario. Pertenece a esa vieja escuela que pretende dar todas las notas, y aún más, con sus tacones. Es un bailaor puro que arranca la ovación con sus desplantes.
Los fandangos de Huelva, palo que incorpora la bailaora por primera vez en su repertorio, son amables y meditados. Uno de los momentos cumbres de la noche se presenta por alegrías, que baila con garbo Rafael Campallo. Este bailaor sevillano, ganador del “Desplante” en el Festival de las Minas de la Unión en 1996, evoluciona de forma considerable. Siendo su baile masculino, está lleno de redondeces, guiños al respetable y sutiles humoradas que lo hacen sumamente delicado.
Como descanso y preparación para la traca final, los músicos, sin baile, nos brindan unas bulerías con una generosa introducción a la caja. Las voces son de primera y, tanto Juan José Amador, hijo, como Rafael de Utrera, ponen su contrapunto, pero, sobre todo José Antonio Núñez ‘El Pulga’, ofrece una dimensión admirable (siempre me ha gustado este cantaor).
El remate final viene en forma de soleá, que Manuela baila de blanco inmaculado. En este baile se concentra todo el poder hipnótico, la grandeza de sangre de una mujer que empezó a bailar con once años y todavía le queda mucho por decir.
* Foto, Nono Guirado ©.
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