Marina Heredia, la apoteosis del grito
Flamenco viene del Sur. Almería
Pienso en las razones del viajero y se me ocurren varias respuestas. El sábado, sin embargo, marché para Almería sólo con la intención de escuchar a Marina por tangos. La Junta, a través de la Agencia Andaluza de Flamenco, ha ampliado los conciertos de Flamenco Viene del Sur a la ciudad más oriental de Andalucía. En principio, con sólo tres conciertos. Arcángel, que se pudo ver en el mes de febrero; La Orquesta Chekara de Tetuán y los Jóvenes Flamencos, que actuarán en mayo; y Marina Heredia que ocupó el escenario del teatro Apolo, como ya digo, el pasado fin de semana.
Decir que arrasó es quedarme corto. Almería es una ciudad callada, sin estridencias, pero cuenta con un gran número de aficionados, dos peñas flamencas en la capital y una docena repartida entre los pueblos. Almería no es un pavo real, pero tiene la vistosidad interna de haber criado a grandes figuras del flamenco. Así, un público entendido y exigente, quedó encantado con el buen hacer de la granadina. Y es que la joven Heredia está en un buen momento, tiene la voz hecha, con el aguardiente necesario, la frescura precisa y el desgarro controlado, para destacarse entre las mejores voces femeninas del flamenco actual. Le añadiremos a estas notas, el dominio de sí misma, la naturalidad en el escenario, la gracia y el empaque. Y, sobre todo, la modulación del grito. Marina, como alguno más de su generación, elevan el grito a un panteón exquisito, lleno de sabor, de azúcar, pero también de sal, y de pimienta, y de canela.
A Marina, en un principio, le iba a acompañar a la guitarra Pepe Habichuela, otro ingrediente interesante. Pero, al final, se cayó del cartel a favor de José Quevedo “Bolita” y Luis Mariano, quizá menos carismáticos (por ahora), pero más compenetrados y familiarizados con la cantaora, ya que llevan con ella varios años, bastantes conciertos y la grabación de su último disco. Puede que el concierto perdiera en expectación con este cambio, pero ganó en calor y esfericidad. Otra característica de la puesta en escena, son Anabel y Reyes, que no se limitan al compás y a los jaleos, sino que, en los cantes festeros, hacen unos coros entrañables que popularizan el cante y fortifican su redondez. Desde un primer momento, desde las alegrías que abren la noche, queda clara esta complicidad. En todos los temas, en una letrilla que otra, Marina reivindica Granada y su estampa y sus bondades. Es un nexo que no quiere dejar pasar como fiel embajadora de su tierra. Con Luis Mariano, a solas, aborda la soleá. Una pieza de nota. El flamenco que se precie debe cantar bien por soleares. Marina fue generosa y valiente.
Cambia de guitarrista y, con José Quevedo, hace malagueñas, que abandola con los fandangos que popularizara Frasquito, quizá respirando más de lo debido. Por levante también fue auténtica y respetuosa. Si no recuerdo mal, hizo tarantas, mineras y levantica, con un trasfondo espiritual que recuerda a Juan Pinilla. Las bulerías las empieza con la “Rosa tardía” coreado por sus palmeras, ese gran tema de “La voz del agua”, con letra propia. La anécdota llegó con los fandangos. El “Bola” le dio paso hasta tres veces seguidas. Marina no recordaba las letras y así, con desparpajo, lo dijo al respetable. Tras risas y aplausos, se descalzó y encajó sus tres fandangos amables. Los tangos, como esperaba, fueron un regalo. Las guitarra, perfectas, hilvanaban un soniquete único. Marina, grandiosa, enriqueció el cante de su tierra con los tangos de otros lugares y abrazó a Morente. Termina la velada con la bulería “Illo y Romero”, también de su trabajo discográfico, con letra de José Bergamín. Indispensable en su repertorio, que acompaña con una pataílla. Un bis por pregones, por si a estas alturas no estaba claro su poderío, ponen la guinda final.
* Foto oficial del concierto de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Almería.
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