El descubrimiento de la lentitud
Hay Festival
La ausencia de un programa de mano, específico para la función, y una organización mediocre, no se corresponden con el derroche de medios y de personal en esta gran muestra de arte flamenco en el Palacio de Carlos V, uno de los escenarios más bellos del mundo.
Aunque venía anunciado el Ballet Flamenco de Eva Yerbabuena, sabíamos que vendría sola con sus músicos, a brindarnos, como diría Paco Lucía, cositas buenas, que se han destilado de “Lluvia”, su último espectáculo. Fue un ramillete fresco de Yerbabuena, tomado de aquí y de allá, con un importante margen de espontaneidad (aunque fuera programada). Se va asentando en su estilo, como una constante, otra de sus señas de identidad, la cámara lenta, el bailar despacio, eso que han dado en llamar “el paso Matrix”. Se regodea en su propio cuerpo, exprime el baile, no deja fisuras al engaño. Algo que nació por casualidad, en su local de ensayo, ha llegado a ser una particularidad notoria, que apreciamos en las seguiriyas del comienzo y sobre todo en la soleá por bulerías del final. Esa soleá que distingue a la granadina entre las demás, ese palo que se le debería conocer como soleá de Eva o soleá Yerbabuena.
Un tanto por ciento elevado del éxito del espectáculo lo ostenta Paco Jarana con su guitarra, que, si es buen intérprete, es mejor compositor. Como segunda guitarra, Manuel de la Luz, aportaba el equilibrio perfecto a sus creaciones. Los cantaores se fueron presentando entre el patio de butacas cantando por seguiriyas. Pudimos ver a un José Valencia que, a pesar de su entrega, no estuvo muy fino; y a Enrique ‘El Extremeño’, siempre tan preciso, que se dejó influir por el anterior, forzando innecesariamente la voz y, tanto uno como el otro, gritando en demasía. Objeciones que se repitieron en las bulerías que cantaron a continuación. Sin embargo, cada uno en su estilo, Jeromo Segura y Pepe de Pura fueron ejemplos de moderación y buen gusto. También estuvo en su lugar, ajustado y respetuoso, el percusionista Manuel José Muñoz ‘El Pájaro’.
Con bata de cola y mantón blancos con lágrimas malva, Eva hizo su segunda entrega por cantiñas. El dominio de cola embellece este baile tan desenfadado como original (creará escuela). El juego del mantón, sin embargo, que la acompañará al principio y a los postres, es de lo mejorcito que hemos visto últimamente. Eva apura las alegrías y da protagonismo al mirabrás. Las guitarras se acercan a la orilla del escenario y, apoyados por la caja, son grandes por bulerías. Aunque quizás el sonido jugara levemente en su contra. Sería por el viento que soplaba por la megafonía, sería por pegar en exceso el micrófono al instrumento.
Un momento especial, Eva de rojo con motas negras, fueron los tientos-tangos, en los que se acordaron de Morente. El cante se ligaba para hacer más redonda la actuación de la diva. Ella ronea encima de las tablas como si estuviera sola. Marca estilo en ese baile tan de Granada. Un poco de percusión, seguidamente, anuncia la fiesta final. La soleá que llevará nombre propio, comienza con el cante a capela de cada uno de los intérpretes, mientras la guitarra marca un latido, un lamento que se refuerza con percusión. La esencia de Eva se destila en un solo baile. El “paso Matrix” es evidente, voluntario, necesario. Yerbabuena canta con el cuerpo, logrando que saboreemos cada paso, que descubramos la lentitud.
* Festival Flamenco London 2008 (Outumuro ©, cortesía de World Music Institute).
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