Enrique Morente
Me niego a hablar de muerte. Estos días se saturarán todos los medios de comunicación de opiniones, escritos, recuerdos y alabanzas. No quiero ser original ni aportar nada nuevo. El recuerdo es tan profundo y la pluma tan limitada… Escribo con el corazón y con todo el respeto del mundo. Enrique Morente no ha sido sólo un cantaor flamenco ni el músico más importante que ha dado Granada en todo un siglo. Enrique ha sido un creador, un mito viviente que podías encontrarlo a la vuelta de una esquina, paseando con su chándal, con su sonrisa permanente y con una visión tan simple como preclara del mundo que nos rodea, de los problemas que nos acechan.
Por mi carácter retraído y respetuoso no puedo presumir de su amistad íntima. Simplemente hemos coincidido, hemos hablado, hemos compartido noticias, ha cantado a mi lado. Últimamente, puedo decirlo, estábamos más unidos. Coincidimos en varias ocasiones, hablamos por teléfono, confesamos beber juntos. Yo lo vislumbraba como la edad de los hombres en la época clásica, cuando los humanos miraban a los dioses desde la misma altura. Era un regalo.
Admiro el flamenco de ayer, de hoy y de mañana. El único cantaor que encierra todo el espacio y el tiempo es Enrique Morente. Me declaro morentiano, como tantos otros. Cientos de discos conforman mi discoteca, pero es del único autor que tengo todas sus grabaciones, que oigo y reoigo agotando el tiempo y sin dar tregua al cansancio.
Estos días he llorado y seguiré llorando hasta que no se cierre esta herida tan profunda como inesperada. Siento la pérdida del hombre, siento la muerte del artista, siento todo lo que quedaba por ofrecer. Porque hay personas que al morir se llevan consigo todo un mundo interior, un desván lleno de cofres aún sin abrir rebosantes de primaveras, de amores en pañales prestos a nacer para orgullo del mundo entero. Pues, nada más ver la luz, inmediatamente se convierten en obras de arte, en patrimonio de la humanidad, sin necesidad de etiquetas, de reuniones internacionales, de invertir dinero, de montar el circo.
Un deseo muy afectuoso para su familia, para su hija Estrella, a la que admiro sin condiciones, para su mujer aurora, para su hijo Enrique, para su hija Soleá. Se avecinan para ellos días vértigo, de incomprensible vacío, de besos y abrazos y palmaditas en la espalda, a veces de dudosa procedencia. Deben ser fuertes. No más.
Y un último deseo, para su tierra, para su gente, para Granada. Es necesario reivindicar al maestro como se merece. Pero sin falsas medallas, sin fanfarrias innecesarias, sin bombos ni platillos de los que estamos tan acostumbrados a escuchar. Morente es Morente, su trabajo habla por él, su estela es larga, su escuela reconocible. Debemos dimensionar al hombre, alabar su obra y dignificar al artista.
Enrique Morente y Mario Maya han sido los dos más grandes creadores del flamenco de esta última mitad de siglo, no sólo en el ámbito local, sino a escala nacional y universal. Mario no ha tenido suerte y se ha ninguneado su recuerdo y solapado su altura, hasta declararlo tácitamente foráneo de esta tierra. Esperemos que Enrique ocupe el lugar que le corresponde y no lo enterremos entre tantos mártires granadinos que lamentablemente recuerdo.
* Foto de Manuel Mateo©.
13 comentarios
volandovengo -
jess -
volandovengo -
volandovengo -
Maruja Gutiérrez Fernández -
Mario Ortega -
volandovengo -
Tito el alafrero. -
Paco Sánchez -
Jose Manuel Sixto -
Alberto Granados -
Un abrazo condolido para ti y para los morentianos.
Raul -
Manuel M.MATEO -
Un abrazo, nos quedaremos con su inmensa obra.