El flamenco de un poeta
Doña Rosita la Soltera
Si hay un poeta andaluz –que los hay, y muchos- nacido para ser cantado, ése es Federico García Lorca. Todos sus poemas, sus obras dramáticas e incluso sus escritos y conferencias tienen una musicalidad interna que, casi sin querer, se pronuncian con soniquete. Lorca era músico; tocaba el piano. Sus poesías y sus composiciones a veces se confunden o se aúnan creando un todo inseparable. Lorca es el maestro de la melodía, el maestro de la metáfora, el maestro de lo simbólico, el maestro de la canción popular. Y, cómo no, uno de los padres, de los adalides, del flamenco, de su puesta de largo, de su dimensión cultural. Es un poeta del pueblo, de lo gitano y de lo jondo.
El viernes pasado se estrenó en el teatro Isabel la Católica el drama “Doña Rosita la Soltera”. Una obra en tres actos que nos habla, como sabemos, de “la vida mansa por fuera y requemada por dentro de una doncella granadina, que poco a poco se va convirtiendo en esa cosa grotesca y conmovedora que es una solterona en España” en esos años.
No es mi función analizar la representación o los actores, ni la puesta en escena o el tratamiento dramático, ni siquiera a nuestro insigne poeta (posiblemente, lo mejor de la velada). Sí, en cambio, desearía dejar un apunte sobre la ambientación musical dentro de la obra como elemento lorqueño indisociable y el tratamiento temporal a través de los estilos y acordes.
El tiempo, como el desamor, como la muerte, es una constante en Lorca y, en Doña Rosita, se puede considerar como un personaje más dentro de la tragedia. Los tres actos se desarrollan en momentos diferentes desde finales del siglo XIX, primer año del XX y termina en 1911, con una Rosita ya madura. El comienzo de cada acto lo introducen una soprano, Carmen Soto, y un pianista, Pablo Sánchez de Medina, adoptando en cada parte las formas y el vestuario acorde con el momento. Así, con las mismas palabras, inician el primer acto con una canción lírica, el segundo con un cuplé y el tercero con un tango.
Reforzando “el regusto amargo” al final de cada acto en la boca de Rosita, se incorpora un quejío, una apuesta flamenca que recrea los fragmentos del poema de la “Rosa Mutabile”, que crece, florece y se deshoja como Rosita misma, con aires de granaínas, soleares o tonás, interpretados por Concha Medina y David Colomo “Pajarillo” a la guitarra. Por último, es preciso destacar el tema flamenco “Vive”, compuesto por Antonio Campos y Emilio Maya, que resume fielmente el espíritu de la obra.
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