Apagón
El día 1 de febrero, de ocho menos cinco a ocho de la tarde, me encontraba yo caminando por las calles de Madrid. Así que la intención de sumarme a la iniciativa de los cinco minutos sin luz, lamentablemente, no tenía cómo secundarla.
De todas formas, como inútil acto solidario (a veces la ideología es ramplona) apagué el móvil. Miré a mi alrededor y todo seguía como antes. No se apagaron ni los cigarros. Un tanto desilusionado, seguí mi camino.
Al día siguiente, leo con asombro en los periódicos, el efecto mediático de este apagón. No sólo hicieron mutis las luces de los particulares de media Europa, sino que también se hicieron eco de este umplugged las instituciones, ayuntamientos y gobiernos autonómicos que, para no ser una medida oficial (parida por ellos), sinceramente hay que aplaudirla.
Se apagó la Alhambra, la Puerta de Alcalá, La Torre Eiffel, la Giralda... y se ahorraron no sé cuántos megavatios. Pero eso es lo de menos. Lo importante es la solidaridad de la gente (que ya se venía viendo en manifestaciones a favor de la paz, en contra de la guerra); lo importante es el respiro del planeta; Lo importante es el poder de convocatoria de internet; lo importante es haber removido conciencias; lo importante es luchar por el futuro; lo importante es nuestro granito de arena.
Ahora que vemos los resultados, es hora de tomárnoslo en serio. ¿Y si todos los uno de febrero apagamos la luz cinco minutos? ¿Y si la apagamos todos los jueves? ¿Y si a las ocho menos cinco de todos los días nos desenchufamos un rato? ¿Y si, en vez de cinco minutos, desconectamos diez, quince...?
** Texto rescatado: publicado el sábado, 03 de febrero de 2007
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