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Impurezas

Impurezas

En cierta ocasión los científicos suizos quisieron refinar el queso de gruyère como una de las señas de identidad más características del país y reclamo indiscutible del turismo internacional. (Incluso la imagen mental de un queso es precisamente el de este agujereado centroeuropeo.) Pues bien, con mascarillas y guantes, estos cirujanos de los alimentos, aislaron, escanearon y limpiaron de impurezas todo lo que pudiera estar en contacto con la elaboración de este cilindro curado. Las vacas eran aseadas a conciencia, higienizadas y desparasitadas. El ordeñador tenía su carnet de manipulador de ubres y redondeces afines religiosamente en regla. Los meses (de cinco a doce) de refinamiento de la leche pasaban con el mayor escrúpulo posible... El queso al fin, libre de todo microorganismo que lo mancillara, quedo listo para empezar una nueva era en el mundo de los lácteos.

Llegaron los mejores gourmets del mundo para la cata. Se descorchó el mejor burdeos. Los manteles, de tan blancos, parecían brillar. Un buen quesero, con un cuchillo de doble mango, se inclinó con ambas manos y parte de su cuerpo sobre el proporcional queso, que gravitaba orgulloso sobre una tabla de ciprés. Cuando comenzó a sacar lonchas, todo el mundo, desde las autoridades más representativas de todos los cantones, hasta los miles de espectadores allí presentes, se echaron las manos a la cabeza clamando al cielo. ¡El nuevo queso de gruyère, de tan puro, no tenía agujeros!

La decepción y una lluvia oportuna mandaron a todos cabizbajos a sus casas, pensando que lo mejor del queso eran sus agujeros provocados por los micróbios o las bacterias. Lo mejor del gruyère eran sus imperfecciones.

De igual manera, fueron las bacterias, los microorganismos que enrarecen el mundo, los que acabaron con la invasión de los marcianos en la novela de H.G. Wells. "La guerra de los mundos" de 1898, fue radiada en Nueva York, años más tarde (1938) por otro joven Welles, en este caso Orson, creando el pánico entre sus habitantes.

Hubo un pueblo que también quiso encontrar en él al hombre perfecto, a la raza pura, la raza ária. Y no sólo se conformó con creerse los elegidos, sino que decidió exterminar a todos los que no fueran como ellos, sembrando el horror y el odio en una Europa que se suponía moderna y cuyas secuelas seguimos pagando. Lamentablemente, la raza de descerebrados sigue teniendo adeptos.

Los animales más puros, los perros con pedigree, son los más enfermizos. Bellos, auténticos, pero enfermizos y caducos.

Vivimos en una sociedad de contrastes, de mezclas, de meztizajes, de fusiones y de impurezas. Reivindiquemos nuestro derecho a pecar y a equivocarnos, a revolvernos y a abrirnos un hueco en la Torre de Babel. Porque el único paso para la tolerancia, para la convivencia, es ser permeable, cantar bajo la lluvia, dejarnos empapar y revolcarnos por el barro. Siendo impuros somos más humanos.

Que seáis malos.

2 comentarios

David -

¿Porqué me estaré acordando del flamenco ahora...?
David

David -

Extraordinario “manifiesto a la impureza” que esperaba como agua de mayo y suscribo fielmente. Y es que donde se pongan unas migas con “trompezones”…
Un abrazote. David Zaafra