Casualidades
Esta vez no pienso teorizar sobre las casualidades. Hacer un pequeño tratado de las coincidencias fortuitas o programadas por no sé qué juguetillos del destino y mucho menos de sus consecuencias y efectos.
Tan sólo quiero referir una pequeña anécdota, un apunte curioso que me aconteció en el super (mercado) el otro día.
Llegué a la caja a pagar. Era poco, algo de verdura y fruta, una bandeja de pechugas de pollo, pizza y algo más. ¿Tiene Tarjeta Día?, pregunta la cajera. No, respondo de inmediato, pues la pregunta no encierra dificultad alguna. ¿Tiene puntos acumulados?, prosigue. No, vuelvo a responder con igual soltura. ¿Quiere usted una bolsa (cinco céntimos)?, termina el interrogatorio. Sí, digo dispuesto, pues todo no me cabe en los bolsillos. Muy bien señor, exclama la chica a los postres, son doce con dieciocho. Saco veinte y me devuelve el resto. Me lo guardo íntegro en el pantalón, pues en los super (mercados) no es habitual dejar propina.
Cuando estoy acomodando mi compra en la bolsa que gentilmente me han cobrado (cinco céntimos), oigo que, después de las preguntas de rigor al cliente que me seguía los pasos (sin ser un espía ni nada parecido), le dice la chica: son doce euros con dieciocho. O sea, lo mismo que a mí. Qué coincidencia. ¿O le cobrará a todos lo mismo? ¿Será el día de los Santos Inocentes que se ha desplazado al verano?
Miro la compra del nuevo cliente por si había comprado lo mismo que yo, pero no tiene nada que ver. Miro mi cuenta a ver si hay algún error. La operación no es difícil y está correcta. Me demoro todavía para comprobar si a un tercer cliente le cobran lo mismo, pero la cifra es mucho más alta. Su carrito viene lleno.
Solamente fue una casualidad. Uff.
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