Necedades en la orilla
Soy más bien de secano. El agua es funcional. Cuando tengo sed bebo (siempre medio vasito), cuando tengo calor me baño y la ducha diaria, imprescindible.
Más bien soy de secano, pero me encanta la playa. A pesar de tener la tensión baja (tengo normalmente menosfiebre), con la inclinación al aplatanado que la costa me produce, la brisa marina, el ritmo playero, el yodo del agua, la paz estanca... me sientan la mar de bien.
En la playa también, aunque sin quererlo, se puede hacer un estudio sociológico con poca ropa. Lo que el trapo y el maquillaje esconden en el invierno, en verano pasan a ser máscaras de lo que somos realmente. En la playa no hay más leña que la que arde, para lo bueno y para lo malo (a veces para la aberración y para lo extraordinario).
Toda la fuerza que nos da el vestido, nos la quita su ausencia. Nadie es más sincero que en traje de baño (y, ortiagamente, sus circunstancias).
Es extraordinario el comportamiento de cientos de blanquitos (y morenos) vecinos anónimos. Pero lo que realmente sobresale en una jornada en la arena es la estupidez, la necedad y el figurantismo.
Así, este fin de semana, sin ir más lejos, en las orillas granadinas pude ver a alguien en el rompeolas bebiendo una lata de cerveza; pude ver a gente bajo el sol hablando con el móvil a su apartamento, unos metros más arriba; pude ver a dos jugando a las palas entre cientos de personas a las que molestaban y las que se lo impedían; pude ver a la chica del top less tapando sus pechos y mirando desconfiada a todos lados... Son sólo algunos ejemplos. Hay muchas más necedades que todos hemos visto, vemos y veremos. El debate está apuntado.
Supongo que, como en todas las concentraciones humanas, la playa es un buen lugar para ver desnudos (más de alma que de cuerpo) a nuestros coetáneos.
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