De las manos de Alfredo a los pies de Ana
Los veranos del Corral. XI Muestra Andaluza de Flamenco
De las manos de Alfredo Lagos a los pies de Ana Calí puedo hacer un largo viaje que se resume en el término virtuosismo. De la guitarra a los tacones, un círculo se cierra, dejando sus excelencias. Pero qué poquito faltó para tener la noche redonda, la velada sin fisuras, las cinco estrellas. El duende asomaba, pero tímidamente. Salía y se volvía a esconder.
No entiendo cómo teniendo una sonoridad impecable en el Corral del Carbón, con Juan Benavides en el pescante, que viene a ser uno de los mejores técnicos del país, hay artistas exclusivos que traen a su propio especialista para “reajustar” lo que está perfectamente ajustado. El resultado era de prever. Acoples, suciedad, guitarrazos, estridencias. Las manos privilegiadas y sensibles de Alfredo Lagos perdieron brillo y, la rondeña sonó caótica. Para las alegrías se hizo acompañar de la percusión exclusiva de José Carrasco, que más tarde se haría un solo bastante aplaudido. El dominio y la técnica, la cadencia y la velocidad, el conocimiento y la largura se unen en este guitarrista jerezano cuajado de seguridad. Continúa por fandangos y después tangos rumberos (más rumba que tangos). Y, para terminar, una generosa entrega por bulerías, donde nos descubrimos ante uno de los grandes.
El viaje prosigue en el baile y se derrite en los pies, extremadamente limpios, de Ana Calí. Esta granadina es una bailaora de oficio que se entrega al cien por cien. Como diría el poeta “como si no hubiera otro día para bailar”. Desde sus salidas hasta sus desplantes y escobillas vemos la totalidad de esta artista, a la que le bailan hasta los ojos. Su actuación comienza sensible por tarantos y termina roneando por tangos. Se evidencian en seguida la grandeza de los cantaores, Antonio Campos y Juan Ángel Tirado, que esta noche están especialmente sembrados; como también se patentiza la insuficiencia de las guitarras de Rubén Campos y Alfredo Mesa. Siendo buenos tocaores, como han demostrado en bastantes ocasiones, resultaron inmerecidamente tímidos e inseguros. Pobreza musical que repercute en la finalidad de la protagonista.
Unos martinetes anuncian unas tremendas seguiriyas. El control, el ritmo y la belleza estética de esta bailaora hacen incomprensible su casi inexistencia fuera de nuestras fronteras. Con altibajos, los tangos preparatorios anuncian el plato fuerte de la velada, que llega en forma de alegrías. Ana ha simplificado su apariencia, quizá involuntariamente, pero con grandes resultados. De una perfecta gitana del Sacromonte, con sus caracoles y su flor en lo alto de la cabeza, termina con chaqueta corta y pantalón y un recogido informal que prescinde de añadidos. Ante un público rendido, Ana, remata con un poquito por bulerías.
* Ana Calí.
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juan -