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El Niño de las Almendras, imprevisible

El Niño de las Almendras, imprevisible

Museo Cuevas del Sacromonte. Historia viva

Tiene el Niño de las Almendras un estilo muy personal y un permanente estado nervioso que le hace parecer inseguro. Y es que el jaleo y el ritmo, la guitarra y la expectación, no atienden a razones y a este Niño, de casi 80 años, se le van los pies y la sal. Tanto es así que baila en su asiento o se levanta continuamente para regalarnos su pataílla de Chiquitistán o para cantar sin amplificación. Tanto es así que, al final de unas bulerías, le da un manotazo al micro o se le va la silla, dando un culazo para atrás.

José Ferrer, el Niño de las Almendras es imprevisible. Tiene un humor acompasado que vence al público desde el primer instante. Al principio se ajusta (¿se adapta?) al programa. Para, en el segundo pase, no sólo improvisar sus entregas, sino imaginar sus letras conforme las va cantando.

A su lado, Carlos Zárate, tocaor de oficio, pendiente y seguro, le allana el camino y destaca tanto en un segundo plano tanto como cuando toma el timón. El azar, uniéndose al fortuito recital, quiso hacerle saltar la prima a la guitarra en mitad de los tarantos y la cartagenera. Carlos salió airoso, continuando su acompañamiento como si nada, cuando otro tocaor se hubiera detenido al ver que su buque hacía agua.

Antes de estos cantes de levante, el cantaor granadino abrió con soleá y malagueñas, que se abandolaron a su final. Cuando el episodio de la cuerda, Juan Fernández subió al escenario e hizo compás por bulerías con su caja. El Niño lo siguió y pronto cogió el protagonismo hasta el regresó de la guitarra reparada. Con fandangos continuó su concierto y terminó con tientos-tangos, en los que recordó a Caracol.

La segunda parte la abrió Zárate por tangos. La voz desafinada fue de Sensi. José entró por granaínas, unos tangos del Piyayo, semi garrotín, creados sobre la marcha, unos fandangos y, de nuevo, cerró por bulerías.

Rosa Zárate, con su baile maduro y elegante, salpimentó un poco más la actuación, por seguiriyas en un principio y por alegrías al final del segundo pase. Con resistencia a abandonar, el Niño de las Almendras todavía nos dejó un fandango a capela antes que se apagaran las luces.

* Niño de las Almendras (© M. Avilés).

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