Flamenco jondo
Perdonen el chiste fácil en el título de este artículo. El escenario en la Cueva de las Ventanas de Píñar está a 22 metros debajo de tierra.
Este impresionante asiento paleolítico se habilitó el verano pasado para ofrecer espectáculos musicales sin megafonía y con un aforo limitado. Aparte de algunos conciertos clásicos de cuerda o con pocos instrumentos, que no distorsionen ni retumben en las paredes de la cueva, el sábado tuvo lugar el primer recital de flamenco.
Ana Mochón, la joven promesa de 15 años, acompañada de Álvaro Pérez ‘El Martinete’, de 14 recién cumplidos, a la guitarra, ofrecieron un concierto liviano y agradable. La alcaldesa de Píñar, María Inmaculada Oria, fue la encargada de presentar el evento y los actuantes.
La cantaora granadina, como viene siendo habitual, se presenta con unas alegrías: “…me sale del corazón. Que todo el mundo se entere, me llamo Ana Mochón”. El recital continúa con la balada flamenca La Mama, de Antonio Gómez ‘El Colorao’, homenajeando así a uno de sus maestros.
La malagueña, en realidad, es el mayor acercamiento a lo jondo de la velada, que se remata con un surtido de abandolaos, donde no faltaron los de Paco ’El del Gas’ y los de Frasquito. Una bella farruca y la Baladilla de los tres ríos, de García Lorca, cantada por milongas, nos acercan a un final que se engrandece con tangos de Granada, uno de los platos fuertes de la cantaora, que aborda de pie con apuntes de braceo y otros gracejos. Antes de irse, nos regala un par de fandangos.
Una gran experiencia. El flamenco a viva voz, con la acústica de la cueva, con el buen gusto de sus intérpretes, el timbre melodioso de la joven Mochón y la madera de ‘El Martinete’ supuso un pequeño lujo, el anticipo adecuado a las bondades navideñas.
La noche continuó en La Platería, donde vimos a Curro Lucena, un cantaor tan ortodoxo como particular. Se agradecieron sus incursiones en cantes inhabituales, como las bamberas y las alegrías de Córdoba. También se le reconoció que se acordase de Cobitos (sus nietos estaban presentes) y de su soleá apolá. Lo que costó un poco más en asimilar es que estuviera desafinado, más en la primera parte que en la segunda, y que no cuadrara los cantes.
Su guitarrista, Ángel Mata, aunque preciso, fue autónomo. Entre la necesidad de lucimiento y la pelea constante con el sonido (siempre deslavazado en esta peña), emprendió una guerra santa, en parte ajena al cantaor cordobés, afincado en Ronda.
* Bajada al escenario en la Cueva de las Ventanas.
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volandovengo -
Lara Cano -