Quien piensa pierde
Habría o hubiera en cierta ocasión un pueblo alejado de toda influencia, feliz en su auto exilio, orgulloso en su burbuja, en el que sus habitantes, por mandato, sólo comerían patatas fritas y huevos. Los domingos y festivos, las patatas podían ser a lo pobre o los huevos en tortilla, escalfados, duros o pasados por agua. No conocían alternativa. El imperativo, de antiguo, se había hecho tradición, exclusiva costumbre. Y, eran felices en su dieta. Y, eran felices en sus vidas.
Llegó un momento, como es habitual en ciertos ámbitos de exclusiva represión, que un corpúsculo de radicales subversivos comenzaron a traficar con libros de cocina. Tímidamente, los locales que accedían a dichos recetarios, tras un solapado e importante desembolso, que los podría endeudar durante algunos lustros, se animaban, en la más estricta intimidad, a añadirle pimientos a la sartenada de los domingos.
Las fuerzas del orden, alarmadas por un chivatazo y una posterior y delicada operación de infiltrar un topo incorruptible en el mafioso círculo gastronómico, persiguieron con ahínco y tesón estos desmanes y la inclinación popular al libertinaje que, quién podría evitarlo, el día menos pensado se comería carne, pescado o vete tú a saber que otro manjar tantos años y con tanto esfuerzo extirpado.
Las condenas se sucedieron y el castigo último fue evidente. Los rebeldes habían sido apartados de la sociedad, clausurados, eliminados.
De esta forma volvieron a ser felices con su cortedad, en su dieta y en sus vidas, hasta un nuevo conato de creatividad, rebeldía y diferencia, que, de una u otra forma, sería censurado inmediatamente por las eficaces fuerzas del orden, siempre atentas.
* Cuento sin ninguna intención, pero con mil alusiones.
2 comentarios
volandovengo -
Azcona, siempre me ha interesado. El libro que me comentas no lo he leído. Lo buscaré. Mándame, no obstante, la fábula a la que aludes.
Lara Cano -
Ya que de alusiones va la cosa, te animo a que leas un texto del maestro y queridísimo Rafael Azcona. En su breve "Memorias de un señor bajito", en el quinto capítulo ("De las fábulas y apólogos morales") de la primera parte, reelabora la fábula "La hormiga y la cigarra". Una maravilla, como de costumbre en él. El libro en sí ya es una pequeña joya.
Si te animas a leerlo pero no lo encuentras, házmelo saber que, al ser muy breve, te la escribo por correo.
¡Saludos!