Zapatilla y tacón
Flamenco Viene del Sur
Una sorpresa plástica y llena de color fue la propuesta de Rubén Olmo y su compañía el lunes pasado en el Teatro Alhambra. Su nombre, Tranquilo alboroto, es un acierto. La ambigüedad de ese nombre le viene como anillo al dedo al flamenco en general y a este espectáculo de baile en particular.
Estuve a punto de asistir a su estreno en la Bienal de Sevilla, pues coincidió que estaba en la ciudad hispalense para ver a David Carmona, pero por confusiones que no vienen al caso, no pude verlo. Desde ese momento me llegaron alabanzas y parabienes desmedidos de la función. Su éxito, unido al ‘Giraldillo’ al mejor montaje, hizo que fuera a verlo con grandes expectativas y con el espíritu abierto a la suprema creación.
Sin embargo, mis ganas se diluyeron, no por la efectividad y la redondez del espectáculo, sino por su ausencia de novedad, por su abuso de la danza clásica y la música en off y por algún número prescindible.
Rubén Olmo, con una técnica y una plasticidad increíbles, encierra el espectáculo en sus zapatillas de ballet. Dividido en siete escenas de distinta intensidad, Tranquilo alboroto se alargó más de lo deseado. Una presentación clásica sirvió para presentar al protagonista y adentrarnos en su mundo de luz y color. El manido ensayo fue la segunda propuesta, donde apreciamos las bondades del flamenco en el cuerpo de baile. El comienzo de la saeta popular que popularizó Machado “Quién me presta una escalera…”), interpretada gloriosamente por El Rubio de Pruna en forma de toná, introduce un tema nazareno, pasional, sevillano, donde Olmo es penitente y sufridor y crucificado. (En representaciones anteriores, esta escena, con banda en directo de cornetas y tambores, parece que fue estremecedora.)
Fuera de lugar me pareció una especie de homenaje a Manuela Vargas, remedando sus maneras con Rubén por mirabrás con el rostro en penumbra. Cuando acabó, un foco iluminó su cara evidenciando que era él. Muchos otros han roto vistiéndose de mujer con anterioridad y con más sal. El recuerdo hubiera ganado si es una de las bailaoras quien lo realiza, aunque le hubiera restado efecto.
Lo mejor de la noche, para levantarse y no parar de decir ole, es una Falsa farruca, montada por Israel Galván para el momento sobre el sonido de la gaita de Rubén Díez (aunque Rubén Olmo le impone su marca y condición sobresalientes). Su redondez y al mismo tiempo sus movimientos quebrados, su asimetría, su frescura y su provocación son simplemente geniales. También descubrimos, como precedente, las bulerías de Inma ‘La Carbonera’, retozando en el cuplé.
La sexta escena es un paquete flamenco, que corre a cargo de toda la compañía (bien por los músicos). Empiezan por Huelva y terminan por tangos. Una seguiriya, que baila la granadina Patricia Guerrero, es muy aplaudida con toda razón. La guajira es de una belleza conmovedora y los jaleos ricos en pasos y propuestas. Sin embargo, el diez de estas piezas breves, se lo lleva Justo Salao, diseñador del vestuario de mujer.
Para terminar, Rubén levanta El vuelo con mantón multicolor en pieza recordable.
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