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volandovengo

Alonso de Collanes

Alonso de Collanes

Alonso de Collanes era un joven imberbe que gastaba sus horas y porvenir como ayudante en una apoteca. Era hombre asaz delicado, enjuto de huesos, de dedos largos y finos, que en realidad sentía la hembra que latía en su interior. O, mejor mirado, era mujer pizpireta, con bozo involuntario, encerrada en cuerpo de hombre.

La hija rubita del farmacéutico, entrada en carnes, bajita y muy graciosa, que se llamaba Alicia, andaba tras el mozo requiriéndole manifiestamente de amores. Pero a Collanes quien realmente le levantaba la libido hasta hervirle el seso era el boticario, recién viudo de mujer enfermiza desde primeros tiempos que, sin embargo, superó la cincuentena con desmesurada palidez y que al final un punto frío que se le puso en el hígado se la llevó sin perder la sonrisa.

El licenciado, como no es de extrañar, no le hacía ni caso al joven discípulo, si bien tan sólo para ordenarle sus deberes de subalterno en el despacho de medicinas. Alonso sufría por tal indiferencia y por las descaradas insinuaciones de la hija de su enamorado.

Entre hierbas y píldoras, jarabes y emplastos, el hombre se iba dando cuenta de las intenciones de su retoño hacia su fiel asistente y sin más decidió prestarle más atención y deferencia. Hasta que un día, tras algunas invitaciones y encerronas, se le declaró. O sea, pidió su mano en nombre de Alicia, la única hija que le pudo dar una mujer más muerta que viva.

Al joven Alonso, que no era tonto, pero que no lo pudo ver venir, por eso de que el amor es corto de vista, se le cayó el alma a los pies, esperando una satisfacción a sus deseos, que, por el contrario, fue un jarro frío de puro inesperado y contratiempo.

No obstante, como son las cosas, o como eran en algún entonces, el adjunto Collanes casó, después de algunos meses, con el fruto alegre del dueño de su corazón.

A pesar del revés inesperado y de la voluntad doblegada, Alonso aprendió a ser un buen marido, atento y cumplidor que, antes del año, ya le había dado un sonrosado nieto a su jefe, el cual le estaba doblemente agradecido por la felicidad de su hija y por los rasgos inconfundibles del bebé, en el que se reflejaba claramente.

Efectivamente, el pequeño, llamado Ángel, tenía, aparte de los pies enormes, un parecido asombroso con la familia de su mujer por parte de padre.

Pasaron los años inexcusablemente, uno detrás de otro, y el aprendiz terminó propietario. Y el farmacólogo titular se retiró, ya algo mayor, a disfrutar de su nieto, que le había comprado una bicicleta, un tren eléctrico, una pelota de reglamento y un balancín con cascabeles que había colocado en el patio y se llenaba de mariposas cuando el niño se columpiaba.

Alonso comenzó a dejarse el pelo largo, amanerar sus movimientos y frecuentar en la noche lugares prohibidos de compraventa de amor entre iguales. Se hizo con un ayudante que terminó sacándole un sobresueldo por pecado nefando. Y, antes de que naciera su segundo hijo, con las maletas repletas de ropas de ella, abandonó a su familia, su trabajo y su condición de hombre.

Hay quien dice que se fue a México, con el nombre de Aldonza Collanes; otros que se afincó en un pueblo de Galicia como mujer completa, dedicada al bovino. Nunca abandonó su apellido ni una foto con su hijo, su mujer, Alicia, y con el padre de ésta que desde otro mundo le sonreía.

* farmacia-antigua-barrio-del-once-buenos-aires.

4 comentarios

volandovengo -

Creo, Alberto, que todas estas boticas antiguas se parecen. La foto la saqué de internet y, como dice el pie, está en Buenos Aires. Pero, todo es posible.
Creo que encuentro estas claves en mi forma de narrar: brevedad, claridad y abundancia de datos marginales.

Alberto Granados -

Magnífica ambientación y trazo de los personajes. Por cierto, la farmacia de la foto me había aprecido la que hay al final de San Jerónimo, ya casi en la catedral.

AG

volandovengo -

¿verdad, Nono? Nombre labriego donde los haya, luengo como castellano.

n0n0 -

Aldonza! me parece una magnífica elección