El monstruo de Bodegones
El otro día, y sin venir a cuento, me hice una herida sangrante como matanza de gorrino. Digo “sin venir a cuento” porque no fue provocada por nadie ni por nada. Me disponía a subir un escalón elevado en local conocido y, al apoyar la mano en la pared, para secundar al equilibrio, una boca roja cruzó el dedo corazón de mi derecha, que empezó a llorar a borbotones y tardé un buen rato en controlar, dejando un rastro incuestionable a mi paso.
Al observar la pared para descubrir la púa, cristal o astilla capaz de producir abertura tan limpia, no la hallé. Por el contrario, el murete brillaba liso e indiferente. No tenía explicación.
Necesité hasta tres curas esa noche para controlar los leucocitos y hematíes que se habían revelado y deseaban abandonar mi cuerpo sin permiso alguno.
Al día siguiente, al recoger a mi hijo del colegio, le enseñé la raja, que, aunque cegada con apósito al uso, evidenciaba la sangre en estampida. Aún sigue latiendo.
La única razón que pude darle es que había sido víctima fugaz del monstruo de Bodegones. Haciendo memoria recordé que esta figura abominable portaba sendas cuchillas en las manos, a modo de cizallas, permanentemente en tensión; que gusta de frecuentar caserones antiguos, así como sus bibliotecas y bodegas (llegué a pensar que por este gusto le venía el nombre, pero después descubrimos que no era así); por último, no sé por qué lo suponía con más querencia por damas, y jóvenes, que por cualquier otro ser humano.
No pude enriquecer esta descripción con detalles más específicos y fidedignos por mucho que quise rememorar algunas lecturas hagiográficas que se difuminaban en mi mente. No obstante, prometí que al llegar a casa íbamos a investigar sobre ese endriago de corte tan exquisito.
Efectivamente, tanto en Internet como en los anaqueles que conforman mi breve librería desde que me mudé, indagamos para darle marchamo de autenticidad a la historia de mi accidente. Tan sólo encontramos, sin embargo, una referencia en la Minuta de monstruos de Joan Perucho. En su primer ítem, donde cuenta algunas de las aventuras del conde Potocki (1761-1915), y hallándose éste con unos amigos en la ciudad turca de Capadocia, advirtió en un cuadro donde reproducía la escena de san Jorge con el dragón “una extraña figura de hombre-escarabajo que, erecto, transitaba utilizando las patas traseras, avanzando espeluznante los brazos hacia delante y agitando dos poderosas cizallas a guisa de mandíbulas”.
Esta misma imagen la describió Menéndez Pelayo en el Madrid de su época, casi un siglo después, dándole el nombre de “monstruo de Bodegones”, por haber aparecido por primera vez en la calle Bodegones, precisamente en la carbonera del ministro O’Farill.
Más tarde, siguiendo el relato de Perucho, el conde Potocki visitó la ciudad subterránea de Kaymakli y “en el preciso instante en que con las antorchas visitaban las bóvedas del piso octavo, les salió un ruido preocupante de las cavidades inferiores, muy parecido al que producen unas cizallas accionando furiosamente. Tan pronto vieron aparecer el horrible hombre-escarabajo, continúa el autor catalán, en la desembocadura del túnel, huyeron sin dilación escaleras arriba sin oponer ninguna clase de resistencia”.
Uno de los compañeros del conde polaco, Von Worden, a su paso por España, donde escribió El manuscrito encontrado en Zaragoza (“falseando, no obstante, fechas y algunos personajes”) murió años más tarde bajo las cuchillas del hombre-escarabajo. “Fue una muerte horrorosa”, termina espantado Perucho.
No cabía duda, el monstruo de Bodegones nos visitaba en estos días, quizá nunca abandonó la península, después de haber seguido a los personajes del relato.
Al punto, leyendo la descripción del engendro antropomorfo, recordé a Gregorio Samsa, pero el metamorfoseado de Kafka tendría que ser muy diferente. No así un personaje aparecido en la película 300 a las órdenes del rey persa, Jerjes, que cortaba cabezas por encargo. Este mismo personaje, creo revivir, también apareció en un film pseudo erótico sobre Calígula y su colección de adefesios.
Otra referencia se agolpa en mi cerebro sin llegar a iluminarse del todo. Creo haber leído sobre la presencia del monstruo de Bodegones en una antigua biblioteca del oriente próximo, ya sea en Babilonia, ya sea en Nínive o en Pérgamo, creando escenas de esperpéntico terror.
Lo cierto es que habrá que tener cuidado de ahora en adelante en dónde nos metemos y por dónde caminamos y, ante cualquier ruido metálico de cuchillas que se abren y se cierran, tomar las de Villadiego, que siempre es más castizo que poner los pies en Polvorosa.
* La ira de Jerjes antes de darle orden al hombre-escarabajo de cortar una cabeza.
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volandovengo -
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