Hay rincones
Creo que todavía no somos muy conscientes del valor que tiene el flamenco. Llevamos casi un año siendo Patrimonio Oral de la Humanidad, avalado por la UNESCO, y apenas unas salpicaduras se han dejado sentir. Puede que, temiendo lo peor, nos afecte tan sólo institucionalmente o a los flamencos de más alto nivel, que por otra parte no lo necesitan, o a la parte occidental de nuestra geografía, lo que se considera como la Baja Andalucía. Lo cierto es que aquí, el flamenco de base, sigue siendo flamenco de base, con sus dificultades para abrirse un hueco, para darse a conocer, para lanzar sus más elementales propuestas (por no decir, para grabar un disco o para hacerse un nombre).
Sin embargo, la demanda de flamenco sigue aumentando. Los foráneos llegan a la ciudad para descubrir la Granada monumental y la Granada serrana y la Granada nocturna… pero también la Granada flamenca.
Sin contar las cuevas del Sacromonte, que tienen el ‘turismo’ asegurado, podemos contar con los dedos de una mano dónde se ofrece flamenco en esta ciudad. Y, si buscamos flamenco de calidad, al menos decente y verdadero, a esta mano le sobran apéndices. Y, si buscamos flamenco a diario, quizá con dos dedos tengamos de sobra.
Por la posición que ocupo como cronista del flamenco, por mi labor de calle, por el conocimiento acumulado después de algunos años escribiendo casi a diario del tema, amigos o amigos de amigos tanto locales como venidos de fuera, se dirigen a mí para preguntarme dónde hay flamenco.
La pregunta es fácil o no es tan fácil. Depende mucho de la temporada, de los días de la semana, de si buscan algo específico. Aunque siempre hay algo qué ofrecer. Callado no me quedo y, tratándose de flamenco, mucho menos.
El martes estuve en Jardines de Zoraya, en el Albaicín, por primera vez. Sabía de su existencia y su programa. Conocía su oferta y a sus actuantes (más de un flamenco me pidió que fuera a verlo, pero por unas cosas u otras lo he ido aplazando).
Ana Calí y Vanesa Vargas, al baile; Sergio ‘El Colorao’, al cante; y Rubén Campos, a la guitarra, conformaban el cuadro. Bulerías, fandangos de Huelva, alegrías o tarantos rematados por tangos, fueron sus propuestas. Unos cantes festeros de buena factura, aderezados con baile exclusivo, en un ambiente familiar, a pesar de las mesas que rodean el escenario, con una cenita para dos, asequible de precio… qué más se puede pedir.
*Foto extraída de su web.
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