El día más largo
Los Veranos del Corral
Ya he denunciado un par de veces el tratamiento de la luz en el Corral del Carbón de este año y vuelvo a incidir en ello porque posiblemente ayer tocara techo. Los apagones radicales (uno de ellos antes de haber acabado la pieza), el desenfoque al artista indicado o su iluminación parcial, la penumbra improcedente o el color inadecuado, es algo que un festival de esta categoría no se puede permitir.
Aprovecho también este primer toque de atención para advertir otra carencia. El que no haya un programa de mano diario, advirtiendo más o menos lo que vamos a ver o al menos el nombre de los músicos, viene siendo una inconveniencia, al menos para los espectadores que a la salida intentan recopilar la identificación de los actuantes.
Por otro lugar, como digo en el título, fue una velada larga. No sólo porque el programa fuera doble, sino porque parece que en la segunda parte había por parte de la bailaora un compromiso para rellenar un tiempo determinado, lo que restó espontaneidad y soltura.
Lidón Patiño es una bailaora castellonense, joven y llena de brío. Una fuerza que traslada a las tablas y trasmite como seña de identidad, aparte de su gracia en el baile (sus quiebros y desplantes son reconocidos). Aunque quizás deba limar su tendencia a la dramatización. Los momentos de excesivo vértigo se alternan con otros demasiado histriónicos que perjudican la dinámica del baile.
Comienza su entrega con una bulería que en principio es tan sólo de compás, para pasar en su segunda parte a incorporar las guitarras por soleares y jaleos. Puede que el percusionista, Amador Losada, sea el más limitado que hemos visto hasta el momento. Correcta la cantaora Angélica Leyva, con un eco muy flamenco.
Unos tangos, donde se alternan exclusivamente las guitarras ('El Tomate de Córdoba' y Carlos Orgaz), dan paso a las alegrías. Preciosa estampa es la que nos brinda Lidón con un vestido rojo de cola, con lunares negros en sus volantes y pañuelo a juego. Bella estampa que sin embargo requería doble esfuerzo, pues la cola no tenía vuelo, se ancoraba a sus espaldas y se negaba a bailar con la protagonista que, llena de sal y sonrisa, parecía vecina de la Caleta.
Para la segunda parte, Asunción Pérez ‘La Choni’ sale enfundada en un vestido rojo con mucho vuelo, de corte oriental. Va descalza y con chichines en los dedos, danzando de forma exclusiva la zambra caracolera La niña de fuego, interpretada con un gusto añejo por su cantaor, Salvador Cruz.
Fue un romper el hielo con las cartas de presentación en la mano, como diciendo que su baile es una apuesta poco convencional. El descanso llega con una soleá que sigue teniendo sabor de antaño con tercios cortados como antes. Salvador Cruz anuncia lo que va a cantar.
A la guitarra Raúl Cantizano y Antonio Montiel en la caja.
Tras saltársele una cuerda a la guitarra. Los cantaores se vieron obligados a improvisar por toná y martinete, para dar paso a la malagueña abandolá con fandangos de Lucena y del Albaicín. El tropiezo de la bailaora enredada en su cola, incidió en un baile cauteloso y algo tenso que sin embargo la bailaora supo controlar.
Con chaqueta corta y pantalón, lo que pintaba farruca, fueron unas seguiriyas tan correctas como faltas de dramatismo. Destacan sus manos.
Dedicados al maestro Chano Lobato, Alicia Acuña hizo unos tanguillos con toda intención. La guitarra le hacía constantes guiños a las guajiras (bastante cercanas, por otra parte).
Como última entrega, La Chone nos propone la caña, que baila con mantón de dulce vuelo. Momentos de clara comicidad salpican su baile, evidenciando otra de sus facetas. Esta caña se remata por una soleá apolá muy de nuestra tierra.
* ‘La Choni’ en la foto, tomada de su web.
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