Vini, vidi, vinci
Los Veranos del Corral
Marco Flores, a pesar de cumplir los requisitos generacionales y artísticos requeridos para el Carbón, es la primera vez que pisa este escenario, cuando compañeros suyos (Manuel Liñán u Olga Pericet) ya han actuado al menos un par de veces. Es más, si mal no recuerdo, es la segunda vez que viene a Granada. Estuvo en La Platería hace poco más de un año, creo.
A pesar de esto, puede que sea de los pocos participantes en esta edición que haya acudido comprendiendo la filosofía de la Muestra. Su baile desinhibido y parnasiano, el baile por el baile, ha caracterizado su intervención.
Una minuta de aciertos corona su triunfo, aparte de su inusitado sentido del compás, fruto de un oído privilegiado, aparte del estilismo de una danza redonda, aparte de su amor al flamenco y la supeditación al cante...
En primer lugar, tuvo el buen gusto de no traer percusiones. Con dos impecables palmeras, Ana Romero y ’La Tacha’, el tema del compás se soluciona con creces. Sus números no son excesivamente largos, infiriendo en los anhelos de los espectadores. Sus músicos de atrás, exclusivamente mujeres, gozan de originalidad, a la vez que dimensiona la belleza somática del cuadro.
Raúl Comba, director del Festival, extraordinariamente sube al escenario para dedicarle el día, por parte de la organización, a Moraíto Chico, imprescindible tocaor jerezano de acompañamiento, sobre todo, arrebatado esa misma mañana, a la edad de 55 años, por un cáncer que le aquejaba.
Unas seguiriyas y cabales, rematadas por generosas tonás a compás, de la mano de las dos cantaoras, Mercedes Cortés e Inma Romero, sirve de carta de presentación. Un preámbulo que nos sirve para apreciar la esbeltez rítmica de este bailaor gaditano, que constantemente sugiere diálogo con su tacón-punta. Marco es un bailaor completo que expresa desde sus pies limpios hasta la punta de sus dedos salados. Su braceo tiene la feminidad suficiente para hablar por sí mismo. Lo que no convence, desde un primer momento, es su implicación bucal. Bastantes flamencos del momento bailan con la boca, marcan con muecas (y a veces onomatopéyicos sonidos) la evolución de su baile, afeando inconscientemente su entrega, que, además, enturbia la atención del espectador.
Malagueñas y granaínas chaconianas, muy mal cantadas por cierto, es la entrega que hacen sus músicos para la próxima entrega de Marco Flores por cantiñas. La gloria de esta transición, que pasa suavemente por los tres palos, como si fuera una sola pieza, se la lleva la guitarrista Antonia Jiménez. Antonia es precisa y pasional, clara y con un paladar exclusivo.
Las alegrías de Flores ya son antológicas. Se mueve en los aires de Cádiz como pez en el agua y no teme recrearse en las escobillas (tan solo a compás) que machadianamente se componen con el paso anterior. Sus desplantes son de pellizco. Si al comienzo, en la seguiriya, titubeaba, ahora está seguro. Domina como pocos y hace vibrar al tiempo que él disfruta cada momento (¿Será por eso?).
El siguiente interludio lo protagoniza el brillo de la guitarra. Aunque el tratamiento es distinto, sorprende que haga nuevamente seguiriya y cabal, como al principio. Su remate, huyendo de los finales efectistas, goza de la originalidad de morir en el aire, como con puntos suspensivos, inesperado en todo caso.
Marco termina por soleá. Son unas soleares lentas, pastosas, bien marcadas, para ser saboreadas en cada momento; con silencios y solos reconocidos. Con muchos cambios, como los bailes de hoy en día. La dimensión artística de las cantaoras ya no deja dudas, están en su salsa, con espléndidos remates a dos voces. La cadencia de la fiesta es lo suyo.
No me equivoco si afirmo, que en dieciséis días de Corral, Marco Flores ha sido el artista más aplaudido, al que no dejaban irse, el que tuvo que salir a saludar hasta cuatro veces, el que se dio tres pataíllas de fin de fiesta (la primera generosa, con el baile añadido de la cantaora Inma Romero y de las dos bailaoras). Una noche sin desperdicio.
* Marco Flores en la foto (Antonio Conde©).
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