La Moneta, un valor seguro
Los Veranos del Corral
Extremo Jondo
Varios días hace ya que vimos a La Moneta clausurar Los Veranos del Corral. Varios días hace ya que no me quito de la cabeza sus ojos de fuego; esa mirada de desafió, donde la dureza se trueca cómplice picardía, consciente de lo que ha hecho, expectante de lo que va a hacer; esa mirada que compromete al espectador y lo hace cómplice de su fuerza, como si todos, en algún momento, estuviéramos en lo alto de las tablas y vibráramos con ella.
En broma, a la salida, pregunté a sus músicos que si para trabajar con Fuensanta había que llamarse Miguel. Una feliz coincidencia ha reunido en el entorno de la bailaora granadina a tres fenómenos del cante (Miguel Lavi), del toque (Miguel Iglesias) y de la percusión (Miguel ‘El Cheyenne’).
Extremo Jondo fue la obra que estrenó La Moneta en la edición de 2010 del Festival Internacional de Música y Danza en el Teatro Isabel la Católica, con el mismo esquema y tratamiento. Sólo cambia el cantaor que, para aquella ocasión era Enrique ‘El Extremeño’, pero no se llamaba Miguel (es broma). Cambiamos una voz poderosa, añeja y templada, por otra llena de sabor, de queja y de aguardiente, de regusto antiguo y dolor solapado.
El armazón musical del sevillano Iglesias es encomiable. Teniendo un concepto vanguardista, su guitarra suena flamenca, con un eco arraigado en la tradición, que no teme en pasar de un trémolo enraizado en mitad de siglo veinte a un rasgueo novedoso, en pasar de un acompañamiento ortodoxo a unir ritmos en un todo contemporáneo, los temas se entrelazan sabiamente, escribía en la ocasión anterior; como igualmente apunté que el sonido es una garantía en las manos de Benson, el mismo técnico que le acompaña, el mismo Juan Benavides que dimensiona el Corral con su acústica precisa.
La Moneta presenta este espectáculo como un homenaje a la música, como una sumisión al flamenco. Escucha como nadie el cante, al que se debe, y cada giro, cada zapateado, el germen de su fuerza lo justifica el cuadro de atrás. Es un baile pensado y repensado, ensayado mil veces, pero que parece nuevo sobre las tablas, que es nuevo, como el concepto heracliteano del “todo pasa”.
El primer bloque (pues de racimos de cantes se trata y no de piezas sueltas) comienza por una toná, que en realidad es un romance, que Fuensanta baila con vestido de campana, mantón naranja y vuelo en sus ojos. El compás se hace agua en sus pies y sus manos, de cuando en cuando, adoptan esa contemporaneidad que un día aprendió y que le sienta tan bien en su danza de esbelta raigambre. Al poco, esta capela, se hace caña, para terminar acordándose alegremente de La Bahía. De las cantiñas, de ricas escobillas, donde el silencio tiene mucho que decir y la guitarra canta en solitario, asomándose a la tierra, se pasa al sentimiento de los cantes de las minas, donde Lavi canta por derecho.
El segundo bloque, donde los músicos se cambian de izquierda a derecha (con cierta comicidad), comienza por bulerías que pasan a ser liviana y serranas, que el cantaor aborda poniéndose en pie, con letra novedosa (su repertorio no es convencional), desembocando en un impagable macho por seguirillas. La Moneta, de negro, con chaqueta corta, acomete el baile como si fuera la última vez que va a bailar. Sus movimientos son quebrados y redondos a voluntad y contienen cien años de aprendizaje y otros cien de intuición. ‘El Cheyenne’ se muestra respetuoso y seguro, como siempre, y en su solo es un complemento, como un tercer tacón de la bailaora.
Esta segunda parte desemboca en tientos-tangos, con los que acaba la función, terminando la hipnosis colectiva con su roneo, lleno de flamencura y de sabor sacromontano, que desarma a la misma belleza del ambiente que nos rodea y que aquí se acaba hasta el próximo año.
4 comentarios
juan -
Hay un individuo que se sentirá ofendido con esta afirmación.
volandovengo -
Por otra parte, las preguntas no las hago yo, sino el programa. Supongo que tiene que cambiar de pregunta cada cierto tiempo.
Consu -
Consu -