A la Luna y a las dos
Viajes Valtí falló hace poco el
Como siempre llegué tarde a la salida del trasbordador. Como siempre todos me estaban esperando para ese nuevo viaje a la Luna. ¿Cómo no me iban a esperar si yo fui uno de los lunáticos (obsérvese el doble sentido del término) que pagó 74 millones de euros por tal aventura?
La agencia de viajes estaba encantada, pues con tres de estos periplos orbitales tenía salvado económicamente un año entero, sin necesidad de inventarse ofertas gancho para atraer a los clientes, ni siquiera en Navidad.
Era mi quinto viaje interespacial con el mismo destino. ¿Qué tendrá la Luna que nos atrae tanto? Poetas de todos los tiempos le han cantado a la reina de la noche. Luciano de Samosata, Cyrano de Bergerac o Julio Verne ya idearon un viaje fantástico a la Luna en sus escritos, donde describían con detalle a los selenitas, y, posteriormente, ha sido motivo o excusa de multitud de filmes. Por otra parte, influye en la fecundación/reproducción, en las cosechas y en las mareas. Etcétera.
Para mí, constituye mi vida. Desde que fui por primera vez, en la primavera de 2021, he necesitado volver, volver, volver, como en la canción. La Tierra se ve como una bola azul, como un astro que tirita en paz, que se pone y se oculta, como normalmente hace el satélite desde casa. Nunca he visto un eclipse de Tierra.
Antes de cada uno de estos desplazamientos es necesario pasar unos meses de entrenamiento tanto físico como psicológico. Te prueban el traje para que te habitúes a él y almuerzas comida concentrada en forma de pastillas. Es asombroso, tragar una píldora es como haberse comido un pollo en salsa, deshuesado y sin piel, masticar una galleta supone ingerir no sé cuántas calorías de fruta y verdura.
Otras veces entras en una cabina, que es como un tío vivo extraordinario, que alcanza una velocidad de vértigo, como la máquina de fisión nuclear, que las primeras veces echas todas las pastillas y galletas con sus colores y sabores correspondientes y, cuando se te pasa el mareo, tienes gana de comerte una sopita bien caliente o un bocadillo de atún encebollado en su defecto.
Pero lo más alucinante es la descompresión. Entras en la sala con todo el equipo, respirando por un tubo, y empiezan a sacar el aire, como si fuera un castigo de la mafia, y cada vez sientes que pesas menos, sin necesidad de dietas milagro, hasta que flotas en el aire. Es lo más parecido a volar que conozco.
Después está la falta de gravedad, que es mejor si cabe, pues levitas igualmente pero sin necesidad de escafandra ni de respiración artificial.
A la hora de partir, sin embargo, siempre llego tarde, como digo. Posiblemente a caso hecho, pero involuntario a decir verdad, aunque parezca una contradicción. La cuenta atrás debe empezar por un número bastante elevado para darme tiempo a llegar, prepararme y tomar asiento. “Perdón, señores”, les digo, “Señor capitán, señorita Luisa”, que es la azafata, que alegra el viaje sólo con su presencia y el uniforme que se le pega al cuerpo revelando sus pecados.
Todos me miran con caras largas, aunque nadie se atreve a decir nada. El dinero, el poder y la fama valen para eso. Para callar bocas y crear servidumbre.
“Siéntese y abróchese el cinturón, que vamos a despegar”. “Gracias Luisa, eres un encanto”, le digo mientras me acompaña a mi escaño y me ayuda con los arneses sin abandonar la ensayada sonrisa. Ella sabe que, después del viaje, recibirá una sabrosa propina en forma de sobre cerrado con billetes de alto colorido y una invitación a cenar. Aunque después del primer viaje no me hace el caso deseado.
Luisa trabajaba en una de mis empresas, una inmobiliaria de lujo, que tuve que traspasar cuando la tercera crisis global, allá por el 2016. Ya intimábamos en aquel tiempo sin plantearnos nada en serio. Cuando perdió su empleo, como tantos otros, por reubicación del personal, le propuse formar parte de una tripulación para vuelos espaciales, o especiales, si quieren. Las ausencias eran largas, pero los viajes eran pocos. Cobraría bien y se le daría de alta en la SS, o sea, en la seguridad social (extraña coincidencia). Y, quién sabe, pasado el tiempo quizá formalizáramos nuestra relación.
El anuncio no se hizo esperar y en el primer viaje a la Luna, en el que iba como único pasajero, le declaré las intenciones de casarme con ella. Después de un casto beso, tras la mirada del capitán y el copiloto, sacó del bolso un anillo heredado y custodiado con cariño por si llegaba este momento.
Me emocioné. Vive Dios que me emocioné, aunque me quedara un poco holgado. Juré que nunca me lo quitaría hasta el día de nuestra boda, cuando ella me lo volviera a poner en el corazón de la mano izquierda. Pero fue alunizar, mi primer alunizaje, y el consiguiente paseo espacial que se me cayó el anillo, además en la cara oculta.
Al volver a tierra, Luisa me preguntó por él, que no se casaría hasta que no lo encontrara. Ahora soy yo el cazador cazado, que me veo obligado a embarcarme en todas las expediciones a la Luna, con mi detector de metales, marca X-Terra 5400, para ver si encuentro el dichoso aro dorado que haga realidad mis sueños.
* el premió lo ganó una joven granadina, Mónica Sánchez Moreno, con el cuento Parar el tráfico en Madrid. Lo leeremos con atención.
** imagen de una viñeta de Tintín.
4 comentarios
volandovengo -
susana -
volandovengo -
susana -
P.D.: Ayudan a fin de mes, o a primeros, o a todo el mes, pero...