Otra mentira
Oigo a moralistas y pensadores repetir hasta la saciedad que vivimos en un mundo consumista, que tenemos de todo, que nuestras necesidades se han expandido tanto que la insatisfacción es galopante, hasta el punto de olvidarnos de terceros.
La sociedad actual (se supone la occidental) es la más superflua de la historia. Y, para colmo, estamos tan habituados a las desgracias ajenas que somos capaces de seguir comiendo con una guerra en directo en el televisor, con hombres despanzurrados en medio de la calle, con niños desnutridos buscando a sus padres, con hombres sin hogar en masivos e infectos campamentos de refugiados, con víctimas de catástrofes naturales con el agua hasta el cuello, con gente destrozada al ’pasear’ entre minas anti personas...
Yo reflexiono, a riesgo de que se me pueda etiquetar de una u otra manera (en realidad siempre se me han colocado sambenitos, no siempre razonados).
Pienso, repito, que los pensadores, los opinadores, los tertulianos, siempre se evaden diciendo "porque hay gente..." como si ellos no fueran ’gente’, como si ellos estuvieran libres de pecado, como si ellos pudieran tirar la primera piedra con sus blancas manos... Y si no, falsamente se incluyen en el paquete de los desalmados como si inculpándose tuvieran menos culpa o redimieran su mácula.
Por otra parte no soy yo, muchos pensamos lo mismo. ¿Entonces por qué pasa lo que pasa?
También imagino que este supuesto "primer mundo" será para algunos privilegiados. La mayoría anda insatisfecha, y no por fruslerías, como se puede pensar, sino por ahogamiento, por no alcanzar a rozar ni siquiera los jirones sueltos de la felicidad o de la dignidad.
El trinomio conocido de salud, dinero y amor (al que habría que añadir valores como armonía, paz, integridad, igualdad, justicia...) es una falacia, un imposible que recogen puntualmente algunos afortunados. Y, si un factor llama al otro, es más probable que la falta de uno de estos condicionantes precipite la pérdida de los otros dos, o los desvalore que para el caso es igual.
Los que se arrogan padres de nuestras conciencias sólo son tomases que hurgan la herida sangrante y, al igual que el mayor de los miedos es tener miedo, el mayor de las culpas es sentirse culpable.
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