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El granadino impasible

El granadino impasible

El invierno es incómodo por la cantidad de ropa que llevamos encima, que nos tenemos que quitar y poner cada vez que entramos y salimos de algún sitio. No obstante, lo prefiero al verano. En pudiéndose combatir, me inclino por el invierno que por la infernal canícula. Por otra parte, el verano también es incómodo, aunque sea simplemente por la ausencia de bolsillos.

Después está el calor, que es la forma que tienen los dioses de ser amarillos. Pero aquí, en Granada, por la noche refresca y se agradece.

Hay quien siente más el calor y el frío que otros. No es mi caso. Mi participación reptiliana me mantiene una tensión por debajo de la media. Los primeros bochornos me aplatanan y las bajas temperaturas me blanquean las manos y los pies, regalándome sabañones varios, a veces hasta en las orejas (hace años que no).

Hay gente isoterma, como digo, que no acusa ni la quemazón del estío ni la frialdad de los meses extremos. Así, podemos ver jerséis inexplicables en agosto o mangas cortas inhabituales en febrero o llevar más o menos inexplicablemente el mismo vestuario todo el año.

Más en estas fechas, cuando la temperatura es sahariana y el calor del mediodía contrasta antípodamente con el frío de la nocturnidad o amanecida.

Esta gente impasible al cambio de estación es de una madera especial; semejante a un marine. Para mí de dudosa sensibilidad. No puedo eludir la sospecha de alguien que entra en un local caldeado y no se quita el abrigo o que sale a la calle, en un día gélido, y no se pone aunque sea un echarpe.

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