Sobre la inexistencia del infierno
Creo que fue Bierce quien contó que, cuando la versión jacobina del Nuevo Testamento estaba en proceso de evolución, la mayoría de los piadosos sabios ocupados en la obra, insistieron en traducir la palabra griega Aidns como “Infierno”; pero un concienzudo miembro de la minoría se apoderó secretamente de las actas y tachó la objetable palabra donde quiera la encontró. En la próxima reunión, el obispo de Salisbury, revisando la obra, se paró de un salto y exclamó, muy excitado: “¡Señores, alguien ha abolido el infierno!”
Y es que los crédulos son multitud, pero los incrédulos suelen ser más pesados.
Manuel Vicent, en un artículo antiguo para El País decía que “lo peor del infierno es que está pasado de moda. El infierno ya no se lleva”, terminaba asegurando como si las tinieblas fueran una ventolera.
A santa Brígida de Suecia, ya lo he contado más de una vez, el mismo Dios le confesó que “el infierno estaba vacío”.
Quizá el infierno sea un invento para mantener a raya a los creyentes, como el cuarto de las ratas para un niño o la idea de apretarnos un poco más el cinturón para salir de una crisis que sólo está en la cabeza de los temerosos y en el bolsillo de quien maneja mi barca.
6 comentarios
volandovengo -
volandovengo -
maría angustias -
volandovengo -
Por otro lado están los besos, los imprescindibles besos, pasaporte seguro para la Gloria.
enmilaberinto -
GFP -
También es el cielo lo que vivimos tú y yo.
Tú, yo, ella, él, nosotros, vosotros, ellas, ellos.
Con besos, más cielo. Sin besos, más infierno.