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volandovengo

El hijo del alfarero

El hijo del alfarero

Después de seis días de trabajo minucioso creando móviles y algunas otras sutilezas hilvanadas entre sí, a las que su hijo les insuflaba movimiento con la simple ventolera de sus labios silbantes y sus mofletes henchidos, el alfarero contempló su obra pensando que todo era bueno y que el día siguiente lo dedicaría íntegro a descansar.

Mientras se enjuagaba las manos embarradas y las secaba en el mandilón, el niño se entretenía con un pegote de barro dándole forma tal la imagen y semejanza de su padre antes de quedarse completamente dormido en la cantonera amable, adyacente al bondadoso horno de cocción.

El incipiente aprendiz raudo principió a soñar que su figurita conquistaba el fuego y la rueda y la imprenta y que tenía una compañera con la que se multiplicaba sin freno; que conocía el odio y recreaba el amor; que aprendía a sufrir y hacer sufrir; que construía castillos y catedrales y que conquistó el espacio; que se hizo temeroso, temerario y temido; que fue salvaje y civilizado; creó sociedades y otros vínculos y subió a las estrellas; que fue solidario y fomentó desigualdades; que dominó la tierra toda y la sometió hasta dilapidar su esencia.

Y, en esas estaba, cuando sonó de urgencia una sirena cercana o una voz ambulante o un ladrido en la niebla y despertó de repente. Unos momentos antes de aflorar en la ventana para averiguar la resonancia, al tiempo que la vigilia desterraba las telarañas de recién amanecido, y aún, visto lo visto y soñado lo soñado, sopló con toda intención a la marioneta que se alzaba inanimada en el piso.

*El despertar, escultura de Jesús Montoya© (entre 2008 y 2010).

2 comentarios

volandovengo -

Gracias Mercedes. Seguiré intentando el 'más difícil todavía'.

Mercedes -

Jorge, enhorabuena por este nuevo cuento. Bonita esta visión de la creación del hombre en manos de un niño. Sigue sorprendiéndonos.