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Vuelve la envidia

Vuelve la envidia

Llegué a darme cuenta de que los Diez Mandamientos de la Iglesia en realidad es un decálogo contra la envidia, como ayer evidencié que el averno no es una estancia lúgubre, sino un lugar infernalmente luminoso. El simple “no desearás a la mujer de tu prójimo” o “no consentirás actos ni deseos impuros” es ya una advertencia.

En el judaísmo, el décimo mandamiento lo expone más claramente: “No codiciarás los bienes ajenos. No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”.

Hace tiempo escribí sobre la envidia. Un artículo en que llegaba a decir que nos enaltecía el éxito propio casi tanto como la desgracia ajena. No podemos tolerar que alguien, que consideramos a nuestro nivel (en el amplio sentido de la palabra), sea más que nosotros, tanto en obra como en consecuencia.

Es muy común en mi tierra el pensamiento, cuando alguien triunfa, de “dónde va ese si estudió conmigo” o “es de mi barrio” o “que de chico era más bien tonto”.

No somos capaces de ver la viga en nuestro ojo y sin embargo atendemos con definición la paja en los ojos que nos miran. No entendemos que la vida da muchas vueltas y que Darwin tenía razón al dictar que sobreviven los más aptos (aunque el factor suerte, como opinan los neodarwinistas, sea determinante).

El artículo antedicho estaba sembrado de definiciones de Ambrose Bierce (El diccionario del diablo). Quiero dejar otra más para redundar en mi aserto. El satírico escritor estadounidense interpreta calamidad como el “recordatorio evidente e inconfundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena”

Juan de Zabaleta en su curioso librito El día de fiesta por la tarde, publicado a mediados de 1664, podemos leer: “¡Oh dulcísimo sabor el del escarnio ajeno...!”.

La envidia está en nuestro ADN, aunque nuestra voluntad (la paz de los hombres buenos) se revele. Mario Moreno ‘Cantinflas’ decía: “yo no estoy en contra de que haya ricos, estoy en contra de que haya pobres”.

Encuentro ahora una Historia del tango, publicada en Evaristo Carriego por Borges en 1930, en la que cuenta, después de hablar de sus orígenes: “el tango posterior es un resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con desvergüenza las desdichas ajenas”.

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