La envidia
Siempre he pensado que el verdadero deporte nacional es la envidia, como los sicilianos son cabezones o los alemanes cuadriculados. En realidad, la envidia es condición del ser humano. Desde que el hombre es hombre, el objetivo último de su existencia es la búsqueda de la felicidad. De una felicidad que, en gran medida, se basa en poseer. No sólo la materialidad que proporciona el dinero o el poder. Sino también y sobre todo por la consecución del día a día y los logros que conlleva. Así envidiamos la pareja, la familia, la posición social o el logro del vecino (cuanto más cercano peor).
Las religiones, a sabiendas de esta tentación, la amonestan o la prohíben terminantemente. Los cristianos, por ejemplo, así lo expresan en el décimo mandamiento de su ley: “No codiciarás los bienes ajenos”.
Es muy normal, muy español, muy granadino, que, en vez de alegrarnos por los éxitos ajenos, intentemos ningunearlos e incluso sacar provecho de ellos.
En cierta ocasión escribí que los celos y la envidia son signos de inseguridad. François de La Rochefoucault, hijo de su tiempo, sin embargo, comenta entre sus Máximas: “En cierto modo los celos son algo justo y razonable, puesto que tienden a conservar un bien que nos pertenece o que creemos nos pertenece, mientras la envidia es un furor que no puede tolerar el bien de los demás”.
Somos atilas, somos hunos. Si alguien levanta la cabeza, presto habrá otro que intentará cortársela.
Ambrose Bierce, en El diccionario del diablo, arremete grandemente en varias definiciones contra estos envidiosos comunes. Reproduzco alguna de estas entradas sin desperdicio:
Desgracia. Enfermedad que se contrae al exponerse a la prosperidad de un amigo.
Depresión. Estado de ánimo provocado por el chiste de un periódico, la actuación de un cómico o la visión del éxito ajeno.
Ambición. Deseo obsesivo de ser calumniado por los enemigos en vida, y ridiculizado por los amigos después de la muerte.
Antipatía. Sentimiento que nos inspira el amigo de un amigo.
Desgracia. Enfermedad que se contrae al exponerse a la prosperidad de un amigo.
Congratulaciones. Cortesía de la envidia.
Evangelista. Portador de buenas nuevas, particularmente (en sentido religioso) las que garantizan nuestra salvación y la condenación del prójimo.
Éxito. El único pecado imperdonable contra nuestros semejantes.
Felicidad. Sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena.
Stefan Zweig casi lo justifica, en Veinticuatro horas en la vida de una mujer, diciendo “Para quien se siente desasido de todo, la apasionada inquietud de los otros produce una sacudida en los nervios, como el teatro o la música”.
Pero Gore Vidal, más realista, no deja dudas y confiesa: Whenever a friend succeeds, a little something in me dies (’Cuando un amigo triunfa, algo muere en mí’).
* ‘Alegoría del Amor’ de Agnolo Bronzino, fragmento (1540-1545).
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volandovengo -
Jesús Hernández -