El Holandés Errante
Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal (El inmortal, El Aleph, Borges)
Según Cunqueiro, este año 2014, el Holandés Errante debe aparecer en algún rincón del planeta, ya sea para enamorar fatalmente a una dama, ya para sembrar un destino de muerte y venganza, ya sea solamente para hacer aguada.
Porque, parece ser que el capitán, “un tipo alto, flaco, con los ojos claros que siempre tiene sed”, desde 1614, pasa largas temporadas en alta mar y algunos días en tierra firme. Hay quien dice que son nueve meses los que se encuentra navegando y nueve días desembarcado; otros, los más, que en su barco fantasma permanece siete años y son veintiún días los que habita entre los hombres.
Pero yo he echado mis cuentas intentando hallar una constante en sus apariciones portuarias documentadas y, no sólo no coinciden los periodos propuestos, sino que es imposible encontrar una regularidad que nos proporcione una mínima predicción.
En 1830 surgió la leyenda, posiblemente de cuentos marineros anteriores (‘desde hace al menos 500 años’), y, a partir de ahí, ha ido creciendo en especificación y versiones hasta, como suele suceder con los mitos, hacer duda de la misma tiniebla.
Una imagen inolvidable en libros y películas de marinería es la aparición de un buque negro en la penumbra de una tormenta, con sus velas rasgadas y sin timonel, aparentemente a la deriva.
El Holandés Errante, en una de sus versiones, es un capitán holandés, llamado Vanderdecken o Van Demien o Van Sartén o Van Straaten o Van der Dechen o Van der Decken o Barent Focke, cuya nave fue atrapada en una terrible tormenta cuando doblaba el cabo de Buena Esperanza. Los marineros, aterrorizados, rogaron por un puerto seguro o por intentar eludir el temporal arriando las velas y encomendándose a Dios, pero el enloquecido capitán se rió de sus súplicas y, atándose al timón, comenzó a cantar canciones sacrílegas.
La tripulación se alarmó por la conducta de su capitán e intentó hacerse con el control de la nave, pero Vanderdecken arrojó al líder de los amotinados por la borda.
En ese momento las nubes se abrieron y una luz incandescente iluminó el castillo de proa, revelando la figura gloriosa del Espíritu Santo, según algunos el mismo Dios.
La figura se enfrentó con Vanderdecken y le dijo que, ya que disfrutaba con los sufrimientos ajenos, de ahora en adelante sería condenado a recorrer el océano eternamente (‘voltejear ininterrumpidamente por la región del cabo de Buena Esperanza’), hasta el día del Juicio Final, siempre en medio de una tempestad, y provocaría la muerte de todos aquellos que le vieran. Su único alimento sería hierro al rojo vivo, su única bebida la hiel, y su única compañía el grumete, a quien le crecerían cuernos en la cabeza y tendría las fauces de un tigre y la piel de una lija. Vanderdecken y el grumete quedaron abandonados a su destino. También puede ser que viaje sin compañía alguna o con toda la tripulación afantasmada.
Otras versiones aseguran que el capitán había salido de puerto por una apuesta de día de Viernes Santo, mal que pesara a Dios. Su blasfemia fue castigada, al decir de la gente de mar, con su muerte y la de toda su tripulación, así como con la desaparición del buque.
Poco después de la época imprecisa en que se sitúa tal suceso, siempre con motivo de malos tiempos (el barco está permanentemente envuelto en tormenta), apareció de nuevo el buque en el cabo de Buena Esperanza, y, según testimonios, sería avistado periódicamente en el océano y, más de tarde en tarde, en tierra firme. Hasta que, parece ser, que este año que ahora comienza, pasee por alguna de nuestras ciudades.
2 comentarios
volandovengo -
¡Ojalá nuestros miedos siguieran siendo estos!
Gastronomía Flamenco Punk -
El barco del holandés errante no es el único barco fantasma al que temen los marineros; incluso los marinos (doy fe). Pero estén tranquilos los habitantes de tierra adentro, no serán estos fantasmas los que despachen el terror.