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La Orden de la Jarretera

La Orden de la Jarretera

Un fausto día de 1348, según Polidoro Virgilio, el rey Eduardo III de Inglaterra bailaba embelesado con la condesa Alicia de Salisbury, con la que se rumoreaba que mantenía un idilio. A la joven dama, entre los apasionados compases del saltarello, le resbaló panto­rrilla abajo una liga de color índigo del muy noble muslo izquierdo, a lo que el rey graciosamente inclinándose la recogió al punto y se la colocó en su propia pierna ante el estupor de la corte; nunca monarca alguno se había inclinado por cuestión tan mundana, y menos estando su honor el tela la juicio.

Otros dicen que con quien bailaba el rey en dicha fiesta, ofrecida posiblemente en el Palacio Eltham, era Juana de Kent, igualmente sorteada entre sus amantes, quien luego se convertiría en la primera Princesa de Gales. Incluso hay quien afirma que la dama en cuestión tampoco era Juana de Kent, sino su suegra hasta ese momento, Catherine Montacute, condesa de Salisbury (¿sería quizá la misma Alicia?). La leyenda no está clara. Parece que un incendio intervino en la tiniebla.

El caso es que para desmentir las murmuraciones de avie­sos cortesanos y manifestar la pureza de sus intenciones, Eduardo III se apresuro a darle dignidad al suceso fundando in situ la Orden de Garter o Jarretière (palabra francesa que en español quiere decir precisamente ‘liga’, ‘garrotera’ o ‘jarretera’), dándole por divisa la aludida prenda femenina (que los ordenados han de llevar bien visible en su pernil izquierdo) y por motto la frase Honni soit qui mal y pense, es decir, “Vergüenza de aquél que de esto piense mal”. Lema que figu­ra igualmente como en el escudo de Inglaterra.

(Aunque siempre hay alternativas y se comenta que tal frase fue pronunciada por el rey en la batalla de Crecy (1346), cuando hizo atar la jarretera a una lanza a guisa de insignia.)

La historia, por otro lado, parece haber tenido su origen en Francia con el propósito de desacreditar a su país vecino, aludiendo que la orden de caballería más prestigiosa y antigua del Reino Unido hubiera tenido un comienzo tan frívolo.

También cuentan que el rey Eduardo III, con la formación de la Orden, había intentado retomar el espíritu de la Mesa Redonda conformándola por caballeros que habían servido a Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años contra Francia. De hecho el monarca ya disfrutaba junto a su corte de festivales que evocaban los tiempos del Rey Arturo, con torneos de justa incluidos.

La Nobilísima Orden de la Jarretera impresionó a Joanot Martorell de tal modo que inspiró algunos pasajes de su Tirant lo Blanch, al que hace caballero de esta Orden.

Perucho nos cuenta, según la tesis mantenida por Watson en Murder and Fashion by Dr. Watson (Sir Arthur Conan Doyle), que la liga de la condesa Alicia de Salisbury, depositada en el British Museum, fue robada y demostrado con su hallazgo por Sherlock Holmes la autenticidad el origen de la Orden de la Ja­rretera.

El poeta catalán refiere: “Holmes buscó y rebuscó la pista de la liga robada, via­jando constantemente por Europa y Asia, frecuentando los más dispares lugares, desde hoteles de gran lujo a cafetines infectos y desagradables. Vistió una escafandra autónoma de su invención y descendió a las profundida­des del Támesis, donde, por cierto, descubrió una de las múltiples guaridas del tristemente célebre Fu-Manchú; pero no interesándole, en aquel momento, el bandido oriental, ya que su meta era la liga, salió nuevamente a la superficie, oleosa y nauseabunda, del río, continuando sus investigaciones en París. Por fin, en un piso de la rue de Saint-Honoré, recargado de cortinajes de terciopelo carmesí, halló Holmes la codiciada liga, que estaba siendo contemplada lujuriosamente su enemigo mortal, el infame Mortimer. A punto estuvo de perder la vida nuestro detective, pues Mortimer, al verse sorprendido con las manos en la masa, intentó estrangularlo con la liga, pro­duciéndose un horrible forcejeo. No obstante, con la inter­vención de Watson (que salió de detrás de un armario apuntando con un revólver al malvado) todo acabó felizmente y la íntima prenda de Alicia de Salisbury fue devuelta con todos los honores al British Museum. Holmes publicó después un celebrado folleto que incrementó su gloriosa reputación de detective, ganándose además la de erudito en el ramo, difícil y prolijo, de la modistería in­terior”.

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