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Un paraguas frente al espejo

Un paraguas frente al espejo

Corrían los años noventa, más a principio que a final, cuando nos juntamos Jesús Herrera, Alfoso Salazar y yo mismo, todos los lunes en casa de un servidor con una tarea impuesta, como si fuera una terapia creativa. A saber, escribir cuatro versos sobre un tema impresionista.

Después, todos los versos, en general de forma alterna, entraban en la coctelera de mi entendimiento, para coordinar tiempos, géneros, ritmos y biorritmos. Y allí teníamos un poema colectivo con más altibajos que el Otoño de Vivaldi.

Los títulos sugeridos fueron varios, fruto de mezclar dos palabras sin relación aparente. Así surgió Un picaporte sin remedio, Una planta carnívora ciega, Una puta en un ascensor, Un oficinista en el baño, El timbre del hormiguero o este último, Un paraguas frente al espejo, que comparto a continuación:


Ahora llueve en el paraguas
elegante y quietamente en el espejo revela su imagen
encorvado sobre su silencio de escudo entretejido,
soportando la impotencia en aguacero.
Su puño de madera no recuerda guante alguno,
se refleja tenebroso en una negra lámina.
Un hierro atraviesa la tela, la del fondo,
aumenta su sombra, más larga si cabe;
una conversación cóncava, una esperanza enraizada
de ese cielo que le llora.
Sin embargo no intercambia ni aquel sonido,
y en la esquina las lágrimas son de barro.

Aunque sospecho cuáles son mis versos en estas cuatro trilogías, sería dificil precisarlo. Al cabo de tantos años, puedo asegurar con satisfacción que este poema no me pertenece,

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