Don Manuel
Lo confesaré, una de las cuestiones que más me atraen de la poderosa prosa que se deriva de las novelas de Mujica Laínez, aparte de la utilización primorosa de un lenguaje eminentemente erudito y con un sabor a construcción clásica, es esa pactada pérdida de destino que aleja el final de cada idea en una enrevesada armazón de explicaciones entre comas y y más comas, entre paréntesis y añadidos (ex profeso), para despertar atenciones orilladas y para regresar tan luego a retomar el hilo de Ariadna y hacer coherente su desmenuzamiento, alcanzando así, con glorioso éxito, el apoteósico post festum de una frase kilométrica.
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