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Ensayo sobre el frío en la Alhambra

Ensayo sobre el frío en la Alhambra

Festival de Música y Danza de Granada

Mi voz en tu palabra

Nombro el frío porque fue un invitado no querido y sin embargo determinante en la presentación de Esperanza Fernández en el Patio de los Aljibes de la Alhambra el pasado miércoles. Recuerdo cuando las manolas subían a los Festivales con abrigos de pieles, incluso adquirían una de estas pellizas para la ocasión. Eran tiempos de etiqueta local, donde el frío se escribía con mayúsculas y la rivera del Darro era un cañón de corriente gélida. Subir por la Cuesta Gomérez era como una expedición ártica. Ya sé que exagero y el extremo no es tan radical y menos en este mes en que se despereza el verano. Pero los últimos años de especial bonanza y de relajo, nos hacen bajar la guardia y, cuando el concierto es al palio, todavía, pero cuando la actuación se expone en campo abierto la sorpresa no es una sorpresa.

La baja temperatura influyó en el ambiente. El patio de butacas temblaba hasta hacer que algunos espectadores tiraran la toalla antes de tiempo y abandonaran el recinto. Pero lo peor fue que afectó también a la artista y a sus músicos que manifiestamente se quejaban del frío y frotaban sus manos. A mitad de función, como anécdota familiar, Marina Heredia, allí presente, le prestó un mantón a Esperanza. Manila en la que se arropaba y no se volvió a quitar. Pero el frío, y es a lo que voy, posiblemente también incidió en la transmisión y en la aceptación del público. Pocos oles y jaleos partieron de las localidades, pocos aplausos fuera de la norma, que ni siquiera hubo fuerzas para pedirle un bis a los postres, pensando que el himno de los gitanos, Gelem-Gelem, siempre es un as en la manga de esta intérprete. Y es que Mi voz en tu palabra con poemas de Saramago no es una apuesta fácil, casi tan ardua como cuando Juan Peña ‘el Lebrijano’ presentó Cuando Lebrijano canta se moja el agua, en 2008, con textos de La candida Erendira y su abuela desalmada de García Márquez.

El trabajo discográfico de esta gitana de Triana, con música de Dorantes, Luis Pastor y José Miguel Évora, es intachable. Rodeada de grandes músicos y una trayectoria, no sólo de tablas, grabaciones y eficacia, sino también de acertados devaneos por otras corrientes jazzistas y clásicas (recordemos cuando interpretó El amor brujo en el Palacio de Carlos V, en 2001, con la Orquesta Nacional de España, dirigida por Rafael Frühbeck, con reconocido éxito), ya era tiempo que rebuscara en palabras mayores y reconocidas.

Nunca es fácil musicar en flamenco a alguien ajeno. Adaptar la palabra, el verso, al compás de bulerías, malagueñas o tanguillo, no está en la mano de todo el mundo. Sin embargo hay autores que encuentran su medio en la poesía culta y comprometida, llámese Enrique Morente, Manuel Gerena o José Menese.

Esperanza Fernández tras un encuentro con el Nobel portugués (1998) y apoyado por su viuda, nuestra paisana Pilar del Río, ha querido compartir esa “corriente de sensaciones” que le trasmitió el narrador. Y, en esto veo el pequeño primer problema (que me perdonen los ortodoxos), José Saramago era sobre todo prosista, como vate, prevalece su intento y su compromiso.

Esperanza, de blanco intenso, sale al escenario leyendo, sin destreza un texto del escritor sobre el odio de los hombres, que desemboca en un martineta llamado Dimisión. No abandonará la chuleta en toda la noche, los papeles lazarillo de quien no está seguro de su memoria, lo que afea su presencia. (Presentó el disco a final de enero de este año.)

Su voz es clara y canastera; es uno de los ecos flamencos más hermosos que tenemos. Su presencia es segura y contundente. Su carisma indiscutible.

Los músicos comienzan a subir a escena, el granadino Miguel Ángel Cortés, que recibió una de las mayores ovaciones, no por ser de la tierra, sino por su brillante actuación, destacando en la granaína rematada por bulerías, en solitario, y el sevillano Eduardo Trassierra a la guitarra; Francisco José al contrabajo; Jorge Pérez ‘el Cubano’ y José Fernández en la percusión y las palmas; y ‘Los Melli’ a los eficacísimos coros.

Madrigal es una lenta bulería al golpe. Ha de haber continúa el tiempo de bulerías. Para En esta esquina del tiempo, uno de los mejores aportes del disco, con ritmo de tanguillos, se precisa la presencia del pianista cubano Rafael Garcés, donde la pieza cobra una pronunciada dimensión jazzística.

Unos solos de guitarra permiten a la cantaora cambiarse de vestido y entrar con una nueva lectura de Ensayo sobre la ceguera de Saramago, que, viendo el resultado, bien la podría haber previsto en off.

Pastora Galván, como artista invitada, bailó Alzo una rosa remedando abiertamente a su hermano, cuando la preferimos bailando flamenco, flamenco por derecho, con su sal y su habitual energía. No me extraña que sea Israel el que haya montado la coreografía de estos temas. Con todo y con eso, la sevillana tiene arte y gracia; es precisa y acompasada. La volveremos a ver en Balada, una malagueña y abandolaos, rematada en fandangos del Albaycín, con ritmo desenfrenado, donde, con bata de cola estampada y palillos, demuestra su control y se alza calladamente en lo mejorcito de la velada.

Entre estas dos piezas se escuchan Dijeron que había sol, por soleares, y Alegría, unos tangos aplaudidos con merecimiento.

Acaba la noche con unas grandiosas bulerías al golpe (Intimidad), con una generosa aportación de solo de bajo y respaldadas por el piano que las acerca al son de Cuba; y con A ti regreso mar, con todos los músicos, el garrotín que se ha convertido en el buque insignia de un gran trabajo que las circunstancias no ayudaron a cuajar.

* Esperanza Fernández y Miguel Ángel Crtés (foto de Ideal.es©).

2 comentarios

volandovengo -

Gracias, María. ¿Qué haría mi 'vuelapluma' sin vosotros que me leéis?

Maria Garrido -

Qué bonito escribes siempre, Jorge...los que no asistimos a estos eventos los disfrutamos con tu vuelapluma