Mario vuelve a casa
Aunque nació en Córdoba y vivió en Sevilla, el bailaor Mario Maya es de Granada. El Sacromonte fue su primera escuela y las calles del Albaycín, el ruido del agua y la luz de un cielo casi siempre despejado configuraron su ánimo. Fue el paso por Nueva York, sin embargo, lo que despertó la evidente proyección rompedora que este gitano tenía dentro.
A su muerte, tras su desgraciada desaparición en el verano de 2008, en plena efervescencia creativa, justo cuando presentaba su última obra Mujeres, con Merche Esmeralda, Belén Maya y Rocío Molina, en la Bienal de Sevilla, se quiso recoger su legado. La huella imborrable que el coreográfico había sabido sembrar en las gentes y en las ciudades, en el flamenco y en el arte en general, era necesario que no se diluyera en las almas anónimas de los que lo conocimos y admiramos. Hacía falta un gran corazón que aunara su obra y su pensamiento y que, a partir de él, fuera creciendo para las generaciones venideras.
Así, encabezado por su viuda, Marina Ovalle, y por sus hijos, Belén, Mario y Ostalinda Maya, se quiso crear una fundación entre las tres ciudades donde el artista se miró. Por desencuentros y tiranteces, que hoy no me es dable hurgar en ellos, Granada se bajó del carro, y la fundación, en principio soñada como trípode, junto a Córdoba y Sevilla, empezó a caminar con sólo estas dos piernas.
Ahora, la ciudad de la Alhambra, a la que le cuesta reconocer a sus hijos, abre su seno, en un acto de justicia, y le hace un ladito a su memoria. Hasta que, dentro de unos meses la Fundación Mario Maya se trasladará a Granada (Casa de las Chirimías).
Como primer reconocimiento y acto de fe, hace un par de días, el 26 de junio, se inauguró una estatua del bailaor en el Paseo de los Tristes, a orillas del río Darro, bajo el monumento nazarí.
La obra ha sido realizada por el escultor Miguel Moreno, con chapa forjada y fundido en bronce. Ante su calidad artística no deseo pronunciarme, aunque tengo más objeciones que alabanzas. Ante su presencia sin embargo me destoco sin duda alguna.
En Granada hay mucho talento, siempre lo he dicho, en detrimento quizá de otras cuestiones más industriosas o pragmáticas. En todas las corrientes artísticas hay alguien que destaca (a veces multitud). No todos están ni están todos los que son, pero allá vamos. Algunas personas, algunas gotas de este río caudaloso, se hacen universales, traspasan esa frontera que emparenta con la divinidad y se convierten en verdaderos midas, en referentes de una época y de sentimientos orbitales.
Nombrar a todos es difícil; nombrar a algunos es injusto. Mario Maya es una de estas estrellas a las que hay que vindicar siempre, que empieza a ocupar (físicamente) el lugar que le corresponde, para amigos y detractores.
Voces de protesta se oyeron el mismo día de la inauguración, por qué él y por qué no otro, por qué en ese lugar tan emblemático y supuestamente intocable, por qué por iniciativa privada, por qué con respaldo del consistorio, por qué un mecenas japonés (Teruel Kobaya), por qué un acto tan orillado y humilde, por qué no había micrófonos…
La realidad es que Mario ha vuelto a su tierra por la puerta grande, como grande es la figura que señala al Albaycín, con la Alhambra al fondo; que su legado se materializará en Granada, al igual que ocupa muchos sentimientos; que en su inauguración estaban todos los que tenían que estar; que ya era hora de que los nombres prestigiosos de nuestro entorno “pisen las calles nuevamente”.
* Foto de L.J.L. ©, tomada del diario ABC digital de Andalucía.
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