De este a oeste en palacio
Festival de Música y Danza de Granada
Estruna - Nuevas Voces Búlgaras ‘Laletata’ y Arcángel
Sencillamente genial. Desde el primer momento que vimos subir al escenario del palacio de Carlos V, el pasado domingo, a los miembros del coro de las Nuevas Voces Búlgaras ‘Laletata’ capitaneados por su director, Georgi Petkov, y, en su medio, al cantaor Arcángel, entendimos que esa noche podría ser única. Pero, fue abrir las bocas, entonar ese breve murmullo que se imbrica en el decir del compañero, así, hasta nueve voces femeninas, más un chico, con la complicidad del timbre flamenco, bien afinado y en plenas facultades, del onubense, supimos de parte a parte que el concierto sería emocional y exitoso.
Arcángel, “la voz más optimista y esperanzadora de los jóvenes”, según la crítica, no es un cantaor al uso que se contenta con cuatro discos ortodoxos. Admirador de Enrique Morente y del nuevo flamenco, tiende su cuerpo y sus ganas en esa borrasca controlada, dejándose impregnar de todas las corrientes musicales y aun de todo arte en sí.
Desde aquel pasado próximo de 1992 que el Ronco del Albaicín quiso unir su tesitura a una coral de voces de Bulgaria con un óptimo resultado de eficacia conmovedora, el joven cantaor andaluz ya barajaba en su magín la posibilidad de hacer algo parecido.
No es hasta este año 2014 que Arcángel trae a nuestro encuentro las herederas de esas primeras voces del este europeo y, en el mismo proyecto, concibe la idea acertada de que el arte no tiene fronteras, de que la música es el idioma universal, y dimensiona su espectáculo con el guitarrista italiano Antonio Forcione, que se complementa con Dani Mendez, Dani de Morón, una de las guitarras más prometedoras de nuestro joven panorama flamenco, y con el contrabajista cubano Yelsy Heredia, que ya trabajó con Bebo Valdés y Diego el Cigala en su magistral comunión. (Para otras muestras de esta obra también contaría, a los vientos, con el kavalista búlgaro Theodosii Spassov o el saxofonista flamenco Jorge Pardo.)
Estrenada en la sala ‘Bulgaria’ en Sofía, el 24 de abril de 1913, lleva ya el rodaje suficiente para alcanzar la madurez que se precisa. Ha pasado por Huelva, cómo no, y continuará por el Teatro Español de Madrid, hoy mismo, 24 de junio, cuando ustedes leen este artículo, en el marco de la Suma Flamenca.
“Estruna es el río en que fluye agua de dos tradiciones, es un encuentro, la encrucijada del arte, es un suspiro vocal”, podemos leer en el programa de mano, al igual que, en búlgaro, Estruna significa ‘cuerda’ (quiero pensar en las cuerdas vocales, aunque también podría ser el hilo tenso de la instrumentación).
Pura polifonía es lo que empezamos apreciar, con un gusto formidable. Las disonancias pueden ser perfectas y, al mismo tiempo, paradójicas, como resultado de esas mezclas de acordes de séptima y de novena, creando un espacio mágico y generoso. Mágico porque nos eleva el espíritu; generoso porque, prácticamente, de principio a fin, los dieciséis músicos que componen esta experiencia no abandonan el escenario, tan sólo para piezas puntuales.
Así, tras esta presentación, con valientes cabales por parte del cantaor, éste se queda solo interpretando la caña tradicional, como la grabara don Antonio Chacón en su tiempo, pero con un tempo más vivo. Para este corte ya se han unido los músicos, profesores todos ellos y emparentados de una u otra forma con el flamenco. Sus sombras son alargadas como las del ciprés.
Una mariana, llamada Agua dulce, con todo lo que puede tener de tango, con un ritmo muy marcado por el bajo y la percusión (Agustín Diasera), que termina versionando La Estrella de Morente con gran aparato de juego vocal, culmina el momento más ortodoxo de la noche.
Otra canción sobrada de armonía oral y la Nana del Cangrejo Chico en la que las jóvenes búlgaras ensayan su cante en español, preceden unas alegrías para ser escuchadas (Enamorado), que terminan con recreos onomatopéyicos que discriminan las voces, desde las más agudas, a nuestra izquierda, hasta la belleza grave del único varón en el extremo diestro.
A modo de sorpresa, ya bien pasado el ecuador de la velada, Francisco José Arcángel Ramos, anuncia y dedica a Enrique Morente La aurora de Nueva York, que grabara el artista desaparecido en su disco Omega, que vio la luz en 1996, con letra de García Lorca y música de Vicente Amigo, donde apreciamos la queja sin igual, el grito controlado del cantaor de Huelva. Ciudad a la que tácitamente le ofrece el próximo tema; unos fandangos llamados Quijote, inserto en su trabajo Quijote de los sueños (2011), que preludian con atino la traca final del concierto.
Arcángel presenta y elogia a sus músicos, bromeando sobre su voz en pleno uso, y reserva para los postres a otra de las almas con las que cuenta. El guitarrista Antonio Forcione cumple el doble sueño de volver a la fortaleza roja, después de veinte años, e interpretar dentro de sus muros Alhambra, pieza que compuso ad hoc y, dicen, se ha convertido en himno de la agrupación, un tema que goza de aires festeros, donde se aprecia un verdadero diálogo improvisado de los instrumentos entre sí, y donde Arcángel recuerda los versos también de Lorca (Doña Rosita la soltera) que Morente cantaba por abandolaos.
Fue un buen presente para el italiano, pero en realidad es la Alhambra, y la ciudad, la que tiene que estar agradecida por contar con una composición de tantos quilates.
Tras unos minutos de aplausos, llegó el programado bis, reproduciendo La leyenda del tiempo de Camarón (1979), aderezada con una preciosista coda en castellano, flotando como un velero, esperanzada en diez voces que desembocan en el himno aludido en la melodía anterior.
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