El diablo en este mundo
Repito por enésima vez que para Torrente Ballester el infierno somos nosotros mismos y, para Sartre son los demás (según Sabato, en Abaddón el exterminador, "la mirada de los otros"). Sea de una forma u otra, el diablo se encuentra en este mundo y habita entre nosotros, si es que creemos en él, si es que existe. Aunque si el mal se halla, su manifestación es el maligno.
Puede ser real o intangible, pero, al igual que vemos la obra de un dios figurado en las cosas bellas, también podemos distinguir la mano del diablo en las manifestaciones aviesas.
Fernando Báez, en El bibliocausto nazi (2002), nos explica que “Hitler era lector voraz, un bibliófilo preocupado por las ediciones antiguas, por Arthur Schopenhauer, y una devoción entera por Magie: Geschichte, Theorie, Praxis (1923) de Ernst Schertel, obra en la que todavía se puede encontrar subrayado de su puño y letra la frase: Quien no lleva dentro de sí las semillas de lo demoníaco nunca dará nacimiento a un nuevo mundo”.
¿Será el diablo una creación del hombre como cantaba Jethro Tull en Aqualung?, aunque ya lo apuntaba Fiodor Dostoyevski, en una supuesta conversación entre uno de los protagonistas de Los hermanos Karamazov (1880) con el ángel caído: “Mi opinión es que si el diablo no existe, si ha sido creado por el hombre, éste lo ha hecho a su imagen y semejanza”; a lo que el demonio le responde: “¿Como a Dios?”.
“El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. El diablo es sombrío porque sabe adonde va, y siempre va hacia el sitio del que procede”, poetiza Umberto Eco en El nombre de la rosa.
El diablo somos nosotros, como nosotros somos los dioses. “Es arduo discernir, en este feo planeta, escribe Mujica Láinez en El Laberinto, dónde asoma el ala el ángel y dónde vibra del diablo la cola”. “El infierno está vacío, todos los demonio están aquí” nos gritaba Shakespeare a la sazón.
Para Kark Kraus “El diablo es optimista si cree que puede hacer peores a los hombres”. Antonio Machado, en Juan de Mairena, piensa que siempre podría ser peor “Que nuestro mundo no es el peor de los mundos posibles, lo demuestra también el que apenas si hay cosa que no pensemos como esencialmente empeorable”.
Algunos filósofos griegos opinaban que cada hombre tenía un demonio familiar, un demonio particular, que representada su individualidad moral, y por tanto se admitía que los locos, los histéricos, los furiosos estaban poseídos por espíritus malignos que los agitaban, espíritus completamente diferentes a los que guiaban a los hombres como Sócrates, Platón o Pitágoras. Los locos eran así llamados energúmenos, o sea, endemoniados. Lo mismo ocurrió en Roma, donde estas desviaciones fueron consideradas como enfermedades sagradas.
En El diablo es España, Flores Arroyuelo explica que “el nombre ‘manía’ dado por los griegos a los locos y furiosos derivaba de la raíz ‘man’, ‘men’ que significaba ‘alma de muerto’ y que en la lengua latina reaparece con la forma de ‘manes’, y es que para los latinos los locos estaban poseídos por la diosa Manía, madre de los lares y de los manes”.
El infierno está en este mundo. En El cataclismo de Damocles (1986), García Márquez cuenta que “un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas”.
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