El finito infinito o viceversa
Imaginemos un cuaderno en el que hemos anotado en su primera página la palabra ‘infinito’ e incluso en su portada esas mismas letras. Tendríamos un cuaderno infinito. Pero, ¿y si pasamos las hojas? El papel está en blanco, a no ser que rellenemos todos los espacios con ‘infinito’. Así, puede que esa libreta fuera infinita hasta que se acabara. Ergo tendría fin. Podíamos entonces numerar sus páginas. En la primera, nada vez abrir el cuaderno, pondríamos el número uno (1). En la siguiente, detrás de esta primera, que quedaría a la izquierda, apuntaríamos un dos (2). Su paralela, a la derecha, la tildaríamos con el tres (3). Y en su reverso pondríamos el cuatro (4) o unos discretos puntos suspensivos (…), para, en la última página, colocar debajo, en pequeñito, como en el resto del cuaderno, el número ‘ene’ (n), un número indeterminado, que nos da nuevamente la idea de infinitud.
El mundo, es más, el universo termina donde acaba nuestra capacidad para imaginar su extensión. El infinito, la eternidad, se encuentran en nuestra mente. Cuando morimos, se ha acabado la vida, pero la vida sigue.
Escribí un poema un día (mediocre, como suelen ser mis poemas) de un soldado en plena campaña, sufriendo penalidades y cometiendo atrocidades, rogando para que acabará pronto la contienda. De pronto, una ráfaga le abre el pecho y le siega la vida. En ese momento, para él, la guerra ha terminado.
Borges, siguiendo una idea de Aristóteles o de Plínio o no sé exactamente, decía que los animales son inmortales puesto que no tienen noción de la muerte.
Igualmente, cuándo somos niños, adolescentes, jóvenes, somos temerarios pues creemos en una relativa eternidad. Vemos el fin tan lejano que podemos jugar en la cuerda floja, en el filo de la navaja. Es la ruleta rusa que, a medida que crecemos, aloja más balas en su cargador.
La eternidad es relativa. Nicolás de Cusa decía que toda recta era el arco de un círculo infinito. El mundo comienza cuando venimos a él. Hay quien piensa que no hay pasado, que no existe tampoco el futuro. Simplemente el hoy es real, lo que estamos viviendo que, cada segundo que pasa, deja de existir. Zenón de Elea afirmaba que el espacio y el tiempo eran técnicamente imposibles, y lo demostraba con la paradoja de Aquiles y la tortuga. Pensemos, para que pase media hora tiene que pasar la mitad, o sea, un cuarto, y, para que pase este cuarto, es necesario antes haber vivido la mitad, y antes la mitad de ésta. Así, hasta infinitas mitades, lo cual es imposible.
Somos finitos como Dios. Dios existe desde que creemos en él y muere con nosotros. Aunque ha sido desde siempre, y siempre será. Vive en otras personas. Pero al igual que Borges y que Plínio y que Zenón y todos los que se han ido.
Uno de los deseos de la humanidad ha sido tener vida eterna. La Fuente de la Eterna Juventud mana en diferentes lugares, hasta en el infierno. Comúnmente aceptada es que se encuentra en la Florida, junto al río Macaco, pero nadie ha dado con ella. Seguirá siendo un mito, como la piedra filosofal, como el holandés errante, como las minas del rey Salomón… Pero no perdamos las esperanzas que, en cambio, éstas sí son eternas.
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