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La lírica en Septimio

La lírica en Septimio

Mercedes Elorza (presentación de Septimio de Ilíberis, Madrid, 31 de octubre de 2014 – Granada 6 de noviembre de 2014)

Quisiera hablar de la vertiente poética que este narrador nos manifiesta en su libro, que conjunta de manera tan espléndida la prosa, con el cuento, con la novela histórica, con, en definitiva, la poesía en su más extenso sentido. En su cabeza hay todo un mundo trasladado de manera magistral al papel donde la magia entendida de forma amplia es lo que prima en todo su trazado y mantiene un centro romantizado en el cual gira la fantasía, no hay que olvidar que el personaje principal es un descabezado, un muchacho que pierde la cabeza por amor.

Lo primero que llama la atención en este libro es el exquisito lenguaje que maneja con una extraordinaria maestría donde la palabra es medida, escogida con gran gusto, así la metáfora juega un papel primordial en el curso de su relato, un ejemplo pudiera ser nada más empezar la narración la forma de referirse al azul de los ojos de Nicéforas, de esta forma dice el escritor sobre él:

 “El bizantino de índigo mirar” o “el viejo de ojos de mar” o refiriéndose a él “...que llevaba el Egeo en sus ojos”.

Nos encontramos con un texto amplio, totalmente armónico por su correlación, por su hilo conductor, por sus medidos capítulos, por sus personajes cuantiosos, hábil y sugerentemente explicados con anécdotas muy interesantes, con curiosidades que apetecen, en el anexo segundo, dramatis personae, es increíble disfrutar también de ese índice y también por los lugares citados que se detallan en el primero, con una intensidad suficiente para guardarlos en la memoria, pero no sólo por eso es armónico, está tremendamente armonizado por Jorge Fernández Bustos que se embarca en la odisea de hacernos más sensoriales uniendo, en una miscelánea muy atractiva, todo un mundo para ver, para observar vivamente, aromas históricos y paladares exquisitos, voces singulares, colores, sonidos íntimos y ruidos estentóreos y toda la piel trasladada a cada uno de los pasajes contenidos en tan mágico relato y eso produce una armonía deseada.

Así, los perfumes, los atuendos, los manjares (es un libro al que se le da mucha importancia a la comida de la época, a su preparación y a sus condimentos) los paisajes recorridos, los sonidos del alba y de la noche, las brisas, los personajes (de los que te llegas a enamorar), son entrañados de una manera natural, siempre mágica en el lector.

Disfrutar de su lectura es innegable e inexcusable, desde el nacimiento de Septimio, hasta su desenlace, es entrar de lleno y relajarte, preparar los sentidos para su invasión. Yo lo disfruté enormemente y eso que en su primera lectura no fue demasiado cómoda (múltiples fotocopias) pero el contenido no ha variado y fluye, os aseguro que fluye como si fuera un lenguaje nuestro o apropiado por el lector.

No puedo dejar de pasar el sutil erotismo del que dota algunos fragmentos, pinceladas de un Eros que adora los cuerpos, sólo la descripción de las lavanderas al comienzo del libro cuando el agua roza el agua por debajo de las enaguas alzadas, nos incita a esa llamada de atención, el sensual baile de la pequeña Viola o el encuentro de Septimio con la melusina, esta mujer serpiente dotada de magnífico físico para enamorar y que textualmente dice así:

“Levantando su cuerpo y asiendo la cabeza se aproximó al dintel donde una mano lo atrajo hacia afuera y en un santiamén ya se hallaba en otra cama con la dulce Filomela, que así se llamaba la chica rubia de poderosa pechuga, a horcajadas sobre su figura con el camisón arremangado a la cintura y la risa fácil en pleno vaivén”.

Y llego a la parte que a mí más me emociona y que me llamó poderosamente la atención: el lirismo del que su autor dota a la obra, proponiéndonos visiones y sugerencias de forma continua. Él nos manifiesta en dosis complacientes una poética preciosista que va desgajándose en los párrafos hasta alcanzar la máxima intensidad en la descripción de la hermosa reina Bada que, como dice su primer verso, “sugiere alejandrinos” y así se produce mediante esas catorce sílabas la traslación de toda la belleza de, esa diosa a ojos de todos, al lector, sólo mencionar que la reina con su risa hacía florecer las rosas:

Cuando Bada amanece sugiere alejandrinos. 
Es la reina ejemplar con que sueñan los cuentos.
De destacada altura, en época temprana,
sin llamar la atención por tal característica;
mejor proporcionada, en cambio, su figura;
suaves ojos etruscos; fina ceja elevada, 
de melada impresión a fresco mentolado;
largos rizos azules de tanto en tanto negros,
que lucía sin presa, inherente a las damas
de grandeza su cuna y libre condición.

La reina se mostraba tan pura y transparente,
que el Sol palidecía ante el rostro encendido.
Largo velo sedoso, hilvanado con oro,
cae sobre sus hombros, al modo bizantino,
que se impone en la corte, mas no sobre la cara,
como era la costumbre de las damas hispánicas.
En su mano brillaba de oro verde anillo
con dos rubíes pálidos y turbios incrustados.
Su cuello, terso y níveo, expone un medallón
como pavo real y cola desplegada
que rellena su esfera, emblema de princesas.

La señora lucía bajo capa de martas,
corpiño de cendal escotado en redondo
que mece olor sabeo de nardo entre sus pechos.
Los tres o cuatro pasos, que grácil la acercaban
al preso en la palestra, como de terciopelo,
mostraban elegancia sobre sus borceguíes
de colorido hortensia de ojal abotonados
y tacones dorados de trágica estatura
que alientan su esbeltez de por sí generosa.
En la mano portaba un espejito atento
de terciopelo púrpura con torneado puño,
adornado con plumas de reales pavones.

Todo en ella vencía cualquier sueño ideal.
Todo en ella rozaba la sublime elegancia.
Su imagen abrumaba de tanta perfección,
llegando a fulminar a los simples mortales
si acaso desprendía una amable sonrisa
de su rostro nevado de vivos ojos verdes.
Cada una de sus risas se transformaba en flor
en los blancos rosales de sus luengos jardines,
donde tiemblan tal vez cientos de mariposas.

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